Por Leonardo José Maya Amaya
Para Angelly Hoyos, mi amor de siempre, dos días después de su cumpleaños.
El cuadro
Pínteme un atardecer después de la lluvia, le dije al pintor.
El sol debe estar medio oculto entre las nubes pero se adivina su ubicación por sus halos entre oro y plata, las hojas verdes deben recibir la caricia del rocío que mece la suave brisa húmeda, por supuesto muchas mariposas de colores y las flores deben estar recientemente abiertas. No se olvide de los pájaros felices, el olor a tierra mojada y esos ruidos que se escuchan en la distancia después de la lluvia.
– No puedo, me dijo, su cuadro es hiperrealista, yo no puedo pintar ruidos ni olores, las flores no brotan al atardecer, además las mariposas salen es en la mañana.
Lo sé, le dije, pero usted no va a pintar para mí. Quiero que me pinte es el atardecer que le gusta a ella.
Dicen
Dicen que en el inmenso desierto de La Guajira existe una flor tan hermosa que aparece una sola vez al año y ese día todas las mariposas se reúnen allí a contemplar su belleza. Dicen que en los mares de Las Filipinas existe un nautilo que crea las perlas más hermosas que las profundidades de los mares hayan visto jamás. Dicen que en el sur del África, en las profundidades de la tierra, existen unos diamantes tan perfectos que atraparon la luz desde el inicio de la creación, en la noche la regresan al espacio y pueden ser divisados desde la luna.
Mira qué extraño, yo aquí preparando mi maleta para viajar temprano, y tú sin imaginar siquiera lo que me propongo hacer por ti.
De ciencias y prodigios
El doctor vino a verme esta mañana a mi lecho de muerte y sentenció mi destino: su corazón no tiene fuerza, está débil ya no tiene sístole ni tiene diástole, hay que trasplantar, me dijo muy optimista.
Me puse a llorar como un niño, no se preocupe, me dijo prometiéndome larga vida al amparo de su ciencia y me ofreció un corazón nuevo, rozagante y fuerte.
Doctor le dije, de todas formas mi destino está sellado ¡Moriré del corazón! De qué me sirve un corazón fuerte sano y saludable si no ama a la mujer que yo amo.
En ese caso, me dijo, también lo resolveremos, pues ame a las que su nuevo corazón estaba acostumbrado.
_ No doctor, le dije, es que la que yo amo compartió conmigo su juventud, sus sueños y su vida. ¿No comprende que si dejo de amarla a ella moriré también del corazón?
El médico se fue pensativo, sin comprender los laberintos de su prodigiosa ciencia.