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Con la frente bien levantada

La última vez que lo vi fue cuando vino a visitar a mi papá, su hermano, grave desde hace meses. En esa oportunidad charlamos sobre cómo había sido tener que lidiar con enfermedades de largo aliento y cómo no se había acostumbrado a ellas pero sí manejado con calma en medio de sus afanes. Había llegado desde su lugar de residencia, además de visitar a mi papá, a vender o alquilar la parte de la finca que le correspondió como herencia; cosa que fue imposible. Otro asunto fue hacer unas imprescindibles reparaciones a una de las casas familiares que, deshabitada desde su última inquilina, empezaba a sufrir las inclemencias de una falta de amor capaz de sepultar cualquier cosa si no se pone uno las pilas. Esa tarea sí la resolvió con éxito. Contrató obreros y supervisó las obras, que incluyeron: podar árboles crecidos al nivel de los camufladores de ilícitos de las selvas colombianas, rellenar bóvedas fúnebres de aires acondicionados caducos, y retirar sócalos y repisas metrópolis de comejenes que prometían expandirse hacia toda la casa con la ferocidad típica de los imperios. Solo quedó pendiente remplazar los sanitarios y pintar la fachada.

Ya sintiendo cumplidos varios de sus objetivos de viaje y acosado por su esposa e hijos, quienes lo requerían en la casa, con la intención de regresar el próximo año, emprendió su última labor antes de, sin saberlo, marcharse para siempre de su terruño: transportar vía aérea, desde Villanueva- La Guajira, hasta Arauca, cincuenta gallos finos que fue comprando durante su estadía y para quienes construyó un precario sistema de embalaje que no llegó ni al Alfonso López. Antes de La Paz, en pleno retén militar, se alborotaron los gallos, se salieron de los guacales, y armaron una orgiástica riña en el interior del Sprint de mi primo Eduardito Martínez, que se había ofrecido a llevarlo al aeropuerto. Así, todo emplumado, cagado de gallo, llegó a abordar el vuelo en el que obviamente no pudo llevarse los animales, que terminaron en un sancocho por falta de quien se hiciera cargo de ellos.

Cuando me despedí de él, tuve la sensación de vivir una de esas cosas que uno sabe que no volverán y trata de atesorarlas, pero es más la angustia de sentirlas escabulléndose. Ya después nunca volvimos a hablar y solo tuve informes suyos a través de otras personas. Hasta hace poco, cuando me enteré de la mala nueva (¿Cuándo llegará con la misma emoción e intensidad una buena noticia?): Que se había puesto mal, que lo habían trasladado a Bucaramanga y que después de unos días en cuidados intensivos había muerto de infarto. En adelante todo fue cómo contárselo a mi papá para que no se fuera a morir él también con el anuncio, absorber toda la negatividad de la tristeza y tratar de hacer algo productivo con ella. Nietzsche dijo: “No hay razón para buscar el sufrimiento, pero si éste llega y trata de meterse en tu vida, no temas; míralo a la cara y con la frente bien levantada.” Yo digo: No busques la muerte, pero si llega y trata de meterse en tu vida, no temas; mírala a la cara y con la frente bien levantada.

Jarol_Ferreira: