“Pienso luego existo”, es la expresión obvia, pero trascendental, que formuló el pensador francés René Descartes (1596-1650), a quien la historiografía de la filosofía considera como el padre de la racionalidad moderna. Antes de él, la filosofía veía la verdad de las cosas por percepción directa, siendo el sujeto cognoscente un ser pasivo.
Desde entonces, el sujeto que conoce no es un convidado de piedra, sino una parte fundamental en el proceso del conocimiento: la cosa se percibe a través de los sentidos, pero requiere de su elaboración intelectual para su aprehensión cabal. De esta forma, la epistemología del conocimiento cambió en beneficio del subjetivismo filosófico, cuya cumbre la alcanzó el idealismo hegeliano.
No quiere decir lo anterior que antes de Descartes no se pensara filosóficamente, se pensaba, pero ese pensamiento tenía unos cánones muy limitados y carencia de la libertad que, con una explosión de júbilo, intuyó Descartes, y cuyo desarrollo a partir de entonces ha procurado a la civilización humana destinos y siderales sorprendentes, y seguramente así será siendo en beneficio de todo el género humano.
Es verdad que el hombre se entera de su existencia por el mero hecho de existir, pero Descartes no se conformó con esa obviedad. Para él eso no es más que una simple realidad que no requiere ningún esfuerzo intelectual. Al hombre lo que lo hace verdaderamente existente en términos trascendentales es su pensamiento. Su conciencia espiritual, y es realmente a lo que el filósofo se refería con su grito moderno, justamente renacentista.
Es la racionalidad del hombre lo que lo ha exaltado a las más altas tarea intelectuales, la investigación científica y las realizaciones prácticas.
Sin duda esto fue lo que quiso expresar y afirmar Descartes. Fue una verdadera intuición intelectual, quizá análoga a la de Arquímedes de Siracusa (Sicilia, Italia, colonia de la magna Grecia, 287 a.C-212 a.C.). Cuenta la anécdota histórica que cuando Arquímedes intuyó deslumbrado el hallazgo del principio científico, que ahora lleva su nombre, gritó la interjección: “¡Eureka!” (¡Lo he descubierto!).
Le ocurrió estando en su bañera y tal fue su alegría que salió corriendo desnudo por las calles de Siracusa gritando “¡Eureka!”. Esta intuición se conoce hoy día como efecto eureka, esto es, comprender un asunto o problema que antes no se entendía . Esto fue lo que le ocurrió a Descartes con su Cógito ergo sum.
Fue un impulso intelectivo de tan hondas repercusiones en todos los órdenes de la cultura que ha significado un parte aguas de dos épocas, antes y después de él.
El pensamiento es la entidad más pura a la que puede llegar el hombre en busca del origen de las cosas y que Descartes pudo ver con una luz muy fuerte.
Por el contrario, la ignorancia nos pierde y nos puede perder definitivamente, por falta de pensamiento o por no saber pensar. La ignorancia es una cuota de desgracia que la historia asume. Cualquier semejanza con nuestra situación social-política actual es una mera coincidencia. Desde los montes de Pueblo Bello.