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Castillo de naipes

Esto ya se salió de madre. Los escándalos del gobierno lo acercan al abismo. Es normal que, en medio de tantas preocupaciones, cuando el barco se hunde rápidamente, personajes como Gustavo Bolívar salgan a los medios a dar declaraciones que generan desinformación. Compartimos con él que el gobierno está en peligro, pero los motivos sí consideramos que son diferentes: no porque fuerzas oscuras quieran tumbarlo, son los escándalos de corrupción, que para nada nos sorprenden, los que lo tienen en la cuerda floja.

Varios de nosotros, que lamentablemente vivimos el proceso 8.000 y el peor gobierno de la historia, el de Ernesto Samper -el segundo peor corresponde a los 8 años de Juan Manuel Santos y el tercero lo estamos presenciando-, hemos tenido un déjà vu con lo que viene pasando. Pero no somos pendejos y por eso escribo hoy estas líneas, no nos dejaremos confundir. Como un castillo de naipes que cae, la gobernabilidad de Petro se diluye en un mar de nuevos acontecimientos que lo dejan cada vez peor parado. 

Es indudable que como lo predicaron durante la campaña este es el gobierno del cambio, ¡claro que sí! El cambio ha implicado las peores condiciones de vida de los últimos años, el mayor éxodo de compatriotas de la historia y, entre muchos otros hechos desafortunados, una corrupción galopante y agobiante.

Cuando afirmo que no nos dejaremos confundir me refiero a que Petro, subestimando a la opinión pública y a ciertos columnistas, creyó que con pedirle a la Fiscalía General de la Nación y demás autoridades investigar al par de pilluelos que tiene por hijo y hermano, llevaría a la nación a pensar que nada tiene qué ver con este entramado enorme de corrupción que permitió su llegada al Palacio de Nariño; como diría un nefasto personaje que también habitó ilegítimamente esa casa, “…todo fue a sus espaldas”. 

El juicio político que hoy muchos piden con suficientes razones, tiene un ingrediente que no podemos dejar pasar: Colombia aprendió de lo sucedido con el juicio a Samper, en el que todos supimos que era culpable, que le había vendido el alma al diablo -Cartel de Cali-, que con recursos públicos compró a la Cámara de Representantes su inocencia, la Cámara del mal recordado Heyne Sorge Mogollón Montoya; esa es la historia. Tiempo después de ese triste episodio, el Congreso tomó cartas en el asunto y legisló al respecto determinando que ahora los candidatos responden penalmente por hechos de esa naturaleza. Petro puede quemar a Nicolás y a Juan Fernando, pero la ley está lista para generar la combustión necesaria para incinerarlo. ¡En hora buena!

El país está a la deriva, los campesinos y los indígenas hacen lo que les viene en gana, a su vez los sindicatos están sorprendidos al ver lo que está pasando, salen del gobierno ministros sin haber sostenido conversaciones previas con el Presidente, los secuestros ahora se llaman retenciones, se quiere tener libres a los hampones, todo esto cae como un castillo de naipes. El mismo camaleón Barreras, afirma preocupado que la gobernabilidad de su nuevo jefe está siendo afectada de manera importante. No nos sorprende nada de esto, en la campaña del Pacto Histórico sus secuaces mostraron los dientes desde el día uno, dientes deseosos de morder, desgarrar y destrozar. Vuelvo a traer a colación la instrucción del señor Guanumen de correr la línea ética, de afectar con mentiras a ‘Fico’ Gutiérrez y a quien después aceptó ser ministro de educación y la semana pasada fue despedido: Alejandro Gaviria. Lo que vemos hoy es consecuencia lógica de haber elegido a una izquierda corrupta y ávida de gobernar para robar durante su cuarto de hora. Así lo han hecho en todas partes: en Bogotá, en Cali, en Medellín, con Carlos Caicedo en Santa Marta y el Magdalena. Estos son los distinguidos nombres de este clan perverso: Petro y familia, Francia, Quintero, Jorge Iván Ospina, Claudia Nayibe López, Prada, Roy, Piedad y familia, Luvi Katherine Miranda, Racero, Gustavo Bolívar, Clara López Obregón, etc.

Siempre pidieron la renuncia de otros que gobernaban, vamos a ver si ellos renuncian…

Por Jorge Eduardo Ávila

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