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Las buenas intenciones no quitan la sed

La confianza sin obras nace rota. Cualquier palabra, por más bella y bien intencionada, se la lleva el viento. Los vallenatos sí que lo sabemos bien: nos han indigestado a punta de promesas por varias décadas. Y ya está bueno que el cántaro vaya tantas veces al agua; termina rompiéndose, y más si el agua es escasa. Con Emdupar, con lo que pasó hace pocos días, no podemos hacer lo mismo, esperar y quedarnos quietos, viviendo de intenciones. Hay que estar encima, exigiendo y haciendo rendición de cuentas hasta acostumbrar a todos los servidores públicos a hacer de la buena gestión, de lo heroico, un hábito.

El viernes pasado a los vallenatos nos amanecieron con la noticia de que, ante la total incapacidad de nuestros dirigentes locales, se nos metieron aquí, ‘a la casa’. La Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios (Superservicios) tomó posesión de la Empresa de Servicios Públicos de Valledupar (Emdupar). 

La noticia me dejó con más inquietudes que certezas. Por un lado, ya había señalado que Emdupar estaba lejos de cumplir con su objetivo social de garantizar servicios de acueducto y alcantarillado con la calidad, continuidad y cobertura que necesitan y merecen los habitantes de la ciudad. 

Como la empresa quedó, desde hace décadas, entre el clientelismo corrupto y un sindicato inconsciente (por no decir más), la situación financiera, comercial, operativa y administrativa era y es crítica. Llevábamos años a un paso de la liquidación. Así, los de siempre persistían, ¡con qué tenacidad!, en poner en juego la salud e incluso la vida de los vallenatos. Sí uno dejara la historia hasta ahí, el saliente gerente de Emdupar tendría razón cuando dijo que “entregó una empresa mejor de lo que la recibió”: la entregó intervenida.

Pero, francamente, una intervención por sí misma y sin más, no nos dice nada. No vivimos del qué, sino del cómo: no quedamos tranquilos con que nos digan que van a fortalecer a la empresa; necesitamos saber cómo lo van a hacer. No vivimos de intenciones, menos cuando el historial reciente de las intervenciones no las deja bien paradas: la Superservicios pocos éxitos previos tiene para destacar.

En el 2000, la superservicios intervino Emcali por razones similares a nuestro caso. La empresa duró intervenida ¡13 años! Pero no siendo poco, hubo escándalos de todo tipo, se pasó de la politiquería regional a la politiquería nacional. ¿Mejoró el servicio considerablemente? Para nada. La empresa no quebró como se pronosticaba, es cierto, pero si un resultado no viene con una mejora destacable de la prestación de servicios públicos, no se puede hablar de buenos resultados. 

Para terminar de anotar, con la Essmar, en Santa Marta, intervenida hace un año y medio, ha pasado igual. El nuevo gobierno prometió en campaña devolverla a la ciudad, pero pasó un año y se dieron cuenta que la empresa seguía igual, entonces ‘que mejor luego’.

¿Qué se necesita, entonces? Pasar de la retórica a los hechos, de la palabrería a la gestión. La decisión extraordinaria de intervenir una empresa sobreviene porque está estructuralmente comprometida: inviabilidad financiera y operativa. Y eso se resuelve con recursos, con un gobierno corporativo y con un socio que sepa cómo funciona una empresa del sector, que ajuste todas las piezas, sobre todo las internas, para cerrar las grietas que desangran a la institución.

 Necesitamos una hoja de ruta y los instrumentos para su cumplimiento. Si no, igual nos quedamos, y esa no puede ser una posibilidad. No estamos para ver cómo pasan muchos años sin que nos cambie la vida. No hay trato digno sin un acceso al agua justo y de calidad.

Yo seré un veedor ciudadano comprometido (seremos muchos, sin duda), estaré exigiendo que el camino al cumplimiento sea claro y consecuente. No más politiquería, no más tiempo perdido. La rendición de cuentas, así nos toque exigirla con vehemencia, es necesaria e indispensable por ser principio fundamental de la democracia. 

En esta ciudad, en virtud de la repetición de conductas malsanas,  nos mal acostumbran al conformismo y a la aceptación como normal de las malas prácticas, entre ellas a que un mal servicio público es la norma. Precisamente el desafío de la rendición de cuentas es hacer de lo heroico un hábito, porque las solas intenciones no nos van a quitar la sed. En este empeño hay que actuar de frente ¡Sin miedo!, como vengo predicándolo sin descanso pese a las muchas amenazas recibidas. Valledupar bien vale la pena.  

Por Camilo Quiroz Hinojosa 

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