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Campesinos abnegados

La población de Pueblo Bello está concebida sobre una meseta ubicada entre dos vertientes, por cuyas  laderas corren los ríos, Ariguanicito y Ariguaní;  ella y ellos se dirigien hacia el occidente, aquella llega hasta el punto donde estos se unen, y desde allí comienza un camino que luego se trifurca dando acceso a los elevados promontorios meridionales occidentales de las ricas estribaciones de la Sierra Nevada del lado de Valledupar.

Qué grato es montarme sobre un caballo -en este caso una yegua blanca y andona- acompañado por un amigo fiel, Belder Arzuaga Orozco y, alboreando el día comenzar a andar  hacia esas cordilleras, contando con un viento sereno y puro; y más allá, vernos envueltos entre las nubes viajeras a través de los cañones profundos.

Nos encontramos delante de una bellísima serranía a cuyas cumbres nos acercamos por cualquiera de las tres vías que han quedado anunciadas y que vertebran  grandes macizos.

Esas montañas conforman pirámides paralelas por cuyas bases corren torrentes de aguas cantarinas y cristalinas, y sus lados se yerguen formando umbrosas hondonadas cafetaleras hasta colmar las cimas o un poco menos. Habiéndolas también de bastimentos, de maíz, cacao, plátano hartón, banano, yuca, malanga, cítricos, etc., y en sus muchas dispersas y placidas mesetas, ganado vacuno, ovino, porcino, equino, de avicultura y, de acuicultura.

La  vertiente del lado izquierdo es servida por una vía que conduce a las veredas de Villa Germania, Minas de Iracal, Santa Tirsa; la central  al lugar más alto denominado Los Corrales, hasta adonde llegué; la del lado derecho, llamada genéricamente ‘El Cañón’, lleva a varias veredas, entre ellas, Nuevo Colón y Marquetalia, entre otras.

En esas formaciones geográficas se han establecido fincas medianas y pequeñas, administradas por sus propietarios, que habitan modestas casas cuyos techos de cinc reflejan fulgurantes rayos de sol que en complicidad con la tranquilidad de la zona y el amor de las aguas, fecunda la bendita tierra, próspera en toda clase de cultivos, propios de allí, trabajados y cuidados por unos campesinos esforzados, quienes infortunadamente carecen de la compañía de las administraciones públicas, nacionales, departamentales y municipales, inmemorialmente ausentes.

Apenas cuentan con unos casi intransitables caminos de herradura -las llamadas vías terciarias-, utilizadas  por bestias de montar y de cargar, y por las arriesgadas motocicletas -modernos medios de transporte que complementan los de tracción animal-, los desvencijados carros camperos, y hombres de a pie, incluidos los de las etnias indígenas de allí.

Existen escasísimos trechos con placahuellas, semi destruidas, escasas y deficientes redes de energía eléctrica, y se ve muy raramente una maltrecha escuela para el estudio de los niños campesinos; nunca un sitio para atender los primeros auxilios sanitarios.

Estos campesinos son abnegados y esforzados, pero huérfanos de apoyo alguno oficial.  Son los parias de los habitantes de las ciudades.  Son los parias de los gobernantes.  Son los parias de los comerciantes a quienes tienen que entregar su noble producción, dizque a título de venta.

Desde los montes de Pueblo Bello.

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Rodrigo_Lopez_Barros.: