Era la época de la conquista en tierras foráneas y el capitán Hernando de Santana, lo sabía, pues había nacido para ello, a temprana edad desde la marcha de un barco ya había recorrido otras regiones lejanas a la que había llegado ahora; una extensa población indígena bañada en riquezas minerales y naturales de las que otros se habían apoderado.
El poblado vivía rodeado de la etnia Chimila, distribuida en dos grandes comarcas: los Pocabuy y Upar, cuando recibió sorpresivamente a de Santana, quien arribó por órdenes explicitas del virreinato de la corona de España. El país europeo civilizado que soñaba con poseer las riquezas del continente americano.
“Hernando de Santana solo llegó a completar lo que su coterráneo Francisco Salguero había en empezado en 1544, de darle al poblado indígena una identificación como territorio”, dijo el historiador y escritor Álvaro Castro Socarrás.
Al llegar el hombre de bigotes perfilados y botas de caballería, no solo topó sus ojos con muchas llanuras que bifurcaban el cielo del verde de las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá, sino que se encontró con los Chimilas dolidos por las batallas perdidas en un desesperado intento por recuperar las riquezas que les habían quitado y que había dejado sin vida a su gran líder, el ‘Cacique Upar’.
“Los que en principio habían conocido los indígenas eran españoles liderados por Ambrosio Alfinger, los primeros que llegaron en busca de poseer riquezas, ganar oro y someter a la tribu en trabajos pesados, como la minería. Era el inicio de la conquista violenta y el abuso, contra los nativos que no estaban acostumbrados al trabajo pesado”, explicó Francisco Javier Valle Cuello, director de la Academia de Historia del Cesar.
Un nombre que represente lo que son y alivie el dolor, habría pensado De Santana como buen estratega español, para cumplir la enmienda de la realeza en la región, ya que en “ese tiempo colocaban los nombres pensando en aspectos significativos de los nativos para que aceptarán la colonización fácilmente”, agregó Valle.
De Santana resolvió el 6 de enero del año 1550, en compañía de su compañero Juan de Castellano, colocarle a ese territorio la ciudad de los Santos Reyes del Cacique Upar, que terminó siendo Valledupar, como resultado de la mezcla de los valles o llanuras observadas y el Upar del nombre del hombre que más amaba el pueblo, el Cacique Upar, quien había sido asesinado durante un juicio en lo que hoy es la plaza Alfonso López.
El nativo corpulento estaba en la mente de los Chimilas, porque era el gran Cacique que regía los vastos territorios de la costa norte, más concretamente, en el valle entre la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá.
“Él como tribu tenía la contextualización de sentir suyo el territorio, porque como Chimila tenía varios terrenos y venían de ser semi nómadas, es decir, de apropiarse en la región para explorarlo en beneficio de todos, por eso de ellos surgió más fácilmente el núcleo familiar”, puntualizó Valle.
Por eso, el hombre de la lanza que representaba a su pueblo, al verse invadido por extranjeros que estaban sometiendo a los suyos luchó como un guerrero y a punta de flechas libró batallas sangrientas contra Alfinger, pero cayó detenido para someterse a juicio y fue asesinado.
“Una vez quitado el oro y demás riquezas por las que venía el español, decidió en la plaza Alfonso López matar al Cacique, dejando dolido al pueblo que quedó debilitado, buscando unirse; por eso la realeza al ver lo sucedido con Alfinger mandó a De Santana explícitamente a colonizar al pueblo”, recordó el escritor Álvaro Castro Socarrás.
Fue así como el Cacique no alcanzó a conocer a De Santana, pero ambos quedaron en la historia de la pequeña aldea bañada por el río Guatapurí, que hoy es una de las ciudades más importantes del Caribe colombiano. Ambos fueron inmortalizados con estatuas en el sur de la ciudad; el Cacique Upar ubicado en la glorieta de la Terminal de Transporte y Hernando de Santana en la glorieta de la avenida Salguero. El primero conserva la posición de lucha con su flecha, mientras que De Santana permanece firme con su vestimenta de caballería con la mirada fija hacia el horizonte.
Por Marllelys Salinas
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