Los demonios desadaptados coexisten desde la época de la ‘invasión’ como llama el escritor tolimense William Ospina en su obra ‘Guayacanal’ y otros pensadores latinoamericanos a la barbarie iniciada en 1492; mismos desadaptados víctimas del despojo y explotación documentado en ‘Las Venas abiertas de América Latina’ por el periodista uruguayo Eduardo Galeano y del ‘genocidio’ de los pueblos ancestrales en palabras recientes del activista político vallenato Rodolfo Quintero en el periódico EL PILÓN y en Radio Guatapurí. Esos desadaptados históricos, hoy reclaman reconstruir un proyecto de Estado – Nación en una perspectiva descolonial: con la inclusión de los excluidos, por eso tumban estatuas, desconocen adulaciones y zalamerías de la ‘sociedad vallenata’ que consideran no los representa, pero esta acción ‘vandálica’ de los marginales es solo simbólica, hay otras reclamaciones de fondo que no han sido escuchadas y menos tramitadas para resolver conflictos históricos. Exigen cumplimiento del Estado Social de Derecho.
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Dependiendo del lugar de enunciación, el otro es el salvaje y desalmado: en una época desde la posición dominante se les consideró a los negros traídos del África como mercancía y a los considerados pueblos primitivos que han logrado sobrevivir en armonía hasta la época actual del antropoceno al llamado desarrollo y la modernidad.
La clase política y la económica que financia a la primera para convertirse en clase dominante o en algunos casos se mezclan cuando esta última lo permite no ha entendido las necesidades y reclamaciones de transformaciones estructurales como la modernización del Estado, hoy en poder de unas cuantas familias, y la garantía de derechos como la gratuidad de la educación superior, hoy la generalidad es que puede ir a la universidad quien puede pagar en una privada o tiene las competencias y capacidad de pago para acceder a un cupo en la pública; el acceso a la salud de buena calidad es para quien puede pagar un plan complementario; el empleo digno, un joven universitario puede pasar los cinco años de su carrera profesional pasando hojas de vida, generalmente desiste y termina en el mototaxismo, vendiendo fritos o minutos de celular en una esquina u otras prácticas de informalidad; tampoco hay políticas públicas para el emprendimiento en una ciudad con las más altas cifras de desempleo del país, el acceso a la vivienda está lleno de requisitos, trabas burocráticas y altos intereses financieros para una familia de los sectores populares; disminución de la pobreza, pasa cada vez más por la precarización laboral y el empobrecimiento pero que en la ruralidad es más evidente la pobreza por el abandono del Estado y ni se diga de las comunidades indígenas: chimila, yukpa y wayuu que luchan en medio de la mendicidad frente a la modernidad y el desarrollo por no desparecer.
Los desaptados reclaman redistribución de las riquezas, gozar de su condición de ciudadanos y acceder a los beneficios y privilegios del Estado, no dádivas paliativas de la pobreza, capturados en una clase burócrata que se adueñó de todo. Las gentes de los sectores populares quieren mayores oportunidades.
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En el marco de un Estado burocrático y un Estado corporativo, ambos con vocación acumulativa y monopólica, de no haber una interpretación de las clases dominantes y políticas, asistiremos una y otra vez a las manifestaciones pacíficas y las acciones violentas, insurgencias y contrainsurgencias, veremos una y otra vez los ‘Simón Trinidad, los ‘Jorge 40’, los ‘Luisitos’… la lista sigue y ‘Libranos del bien’. El siglo pasado fueron los bandoleros sociales con simpatías con las clases populares y bandoleros políticos articulados a la clase dominante como los tipifican los investigadores Gonzalo Sánchez y Doony Meertens en la obra ‘Bandoleros, Gamonales y Campesinos’ (2010) a partir de los trabajos ‘Rebeldes primitivos’ (1959) y ‘Los Bandidos’ (1969, 1974) de Eric Hobsbawm, entre otros autores, mismos bandoleros que bien podrían ser guerrilleros, ‘pájaros’, chulavitas, paramilitares y mercenarios. Parafraseando al sociólogo Alfredo Molano, ‘El tropel’ es el mismo: los bandoleros sociales, guerrilleros, vándalos y desadaptados reclaman transformación y cambios estructurales frente a un Estado que no cede a las reclamaciones populares y que históricamente ha respondido con los bandoleros políticos, pájaros, chulavitas, limpieza social, paramilitares y ejércitos mercenarios. En medio de esa disputa por el botín de guerra, la transformación y/o control del Estado, hacía un lado o hacía el otro, están los marimberos de otros tiempos que hoy se les llama ‘traquetos’ y narcotraficantes. Así las cosas: ¿Los acuerdos y procesos de paz en Colombia han fracasado?, basta revisar la continuidad del conflicto armado y social como evidencia de todos los males, pero ese será objeto de otro escrito.
Por: Hamilton Fuentes