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Arquitectura para las personas

Hace 2.500 años, Lao-Tsé decía: “Arquitectura no son cuatro paredes y un tejado; es el ordenamiento de los espacios y el espíritu que se genera dentro”. Hoy en día, el papel de la arquitectura y del diseño como agentes transformadores sigue siendo clave en las relaciones sociales. Su función no se limita a lo iconográfico, a pesar de que, desde los años 60, la ideología modernista en el urbanismo tomara el control en las grandes ciudades, al mismo tiempo que los coches se multiplicaban y se convertían en una necesidad básica.
“Durante los siguientes 40 años, los arquitectos se perdieron en hacer arte y celebrar su individualismo, y los planificadores de tráfico siguieron esforzándose en hacer la vida más fácil para el coche”, sostiene el urbanista danés Jan Gehl, crítico con este modelo de planificación urbana desconectado de las personas.
“Se proyectan enormes edificios y se añaden más carriles para los coches, olvidando completamente lo que ocurre en el suelo. Ese espacio donde los humanos se mueven, viven e interactúan”, apunta Gehl. Elige Dubái como ejemplo para ilustrar su opinión, una ciudad cuyo diseño “equivale a coger una serie de botes de perfume y ponerlos en línea: cada edificio intenta ser más original que el otro, pero acaba creando un pastiche de elementos que miran hacia el cielo y nunca a escala humana”.
Una arquitectura pensada para el ciudadano, es también una arquitectura comprometida con el medio ambiente. Los edificios son responsables, a nivel mundial, de casi la mitad del consumo total de energía y de un 15% del consumo de agua. En el caso de España, “hace falta rehabilitar los edificios ya existentes porque el 30% de la energía consumida procede del gasto del parque inmobiliario”, según aclara Luis De Garrido, director de la Asociación Nacional para la Arquitectura Sostenible (ANAS). Lo cierto es que la demografía crece, los efectos del cambio climático empeoran y la necesidad de crear comunidades sostenibles apremia.
Un cambio de paradigma hacia ciudades más sostenibles lleva un proceso, lento y complejo, pero existen ejemplos que lo materializan, como es el caso de Copenhague (Dinamarca). Las casas danesas se encuentran entre las más eficientes del mundo, con independencia de que dos terceras partes de los edificios hayan sido construidos antes de la Segunda Guerra Mundial. En esta ciudad, más del 37% de la población utiliza la bicicleta como principal medio de transporte. El tratamiento de aguas residuales, las campañas de concienciación y los sistemas de medición del consumo de agua –obligatorios desde 1999- han hecho que la ciudad reduzca considerablemente su consumo. Un 55% de los residuos son reciclados y los restantes son incinerados en plantas que se conectan con el sistema de calefacción de la ciudad, que la abastece de calor por una red urbana, como ocurre con el agua o el gas. Copenhague ha conseguido reducir sus emisiones de CO2 en un 20% en los últimos 15 años.
Las viviendas no tienen por qué destinarse únicamente a proporcionar refugio. Ahora, las estructuras pueden ser diseñadas para responder a los fenómenos naturales, las condiciones subterráneas, la permeabilidad de los materiales y el consumo de energía. Los beneficios son múltiples: aparte de reducir el consumo energético y el precio de la factura, la vida útil de las edificaciones se alarga, ya que la autosuficiencia es análoga a la durabilidad.

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