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Antes que anochezca

BITÁCORA

Por: Oscar Ariza

Cuando los ciclos se  cierran dando paso a otros, es  común ver emerger a personajes que creen tener autoridad moral suficiente para establecer evaluaciones y condenar, para sacar provecho al atacar, para quedar bien ante los demás; una forma de honestidad bastante suigéneris en estos tiempos cuando el oportunismo prima como fundamento de acceso a prebendas.

“Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra, traspasado por un rayo de sol: y enseguida anochece”. Este gran verso del poeta Salvatore Quasímodo, premio Nóbel 1959, ejemplifica la fugacidad de la vida y con ello nos hace reflexionar del verdadero papel del ser humano sobre el universo. ¿Por qué estamos aquí? ,  ¿Cuál es nuestra función?,  han sido dos de las preguntas que más han resistido el paso de los siglos sin que hayamos podido darle una solución concreta, sin embargo, creo que en esencia y sin el ánimo de entrar en disquisiciones filosóficas, los hombres venimos a ser felices, a querer y a que nos quieran, a vivir a partir de los demás; labor bastante difícil en una época en la que nos centramos en nuestro ego, en donde sólo nos interesamos en nuestro discurso y en querer que los demás se construyan o guíen a partir de lo que somos o queremos que ellos sean, muchas veces creyendo que todas nuestras acciones son las que merecen ser seguidas.

Por eso, cuando pensamos en echar una mirada al ser humano, en observarlo con sus viejos ruidos, en tocar sus olores, describir su textura, escuchar sus colores o simplemente definirlo a partir de su sabor, la lógica no parece tener sentido, pues los hombres no son fáciles de definir y cada uno es un intento por acariciar la consolidación del cosmos, a través de la verdad, la alegría, el dinamismo, el respeto por los demás y la honestidad.  Este último, quizás uno de los valores más necesarios para la entronización del hombre como ser social, ser honesto implica ir más allá de evitar cometer faltas a la ética o la moral; ser honesto es reconocer que mis acciones pueden sembrar ternura o proyectiles, elogios o improperios y que en cualquiera de los casos, es mejor reconocer que el papel que cumplo se enfrenta a un doble riesgo.

Hablar o escribir sobre la honestidad es una actividad compleja. No obstante, la mayoría de las personas acostumbran a dar lecciones de honestidad desconociendo que “no hay nada peor que un buen consejo acompañado de un mal ejemplo”. Muchas veces se suele exigir ser honesto y sacamos pecho mostrándole a todos que jamás hemos robado un peso, ni hemos engañado a nadie, ni  mentido, ni  matado, pero le robamos el derecho de hablar a los demás y nos engañamos a nosotros mismos creyéndonos perfectos y únicos en el derecho de juzgar y ser escuchados y le mentimos a nuestro corazón cuando somos soberbios; somos deshonestos cuando maltratamos la naturaleza, cuando golpeamos al perro, al caballo, cuando apresamos al pájaro o destruimos los árboles y las plantas. Ser honesto no es sólo evitar cometer las faltas sino reconocer que hemos fallado, pero sobre todo rectificar los errores.

La honestidad es una de las mejores armas para enfrentar la batalla de la ignominia, de la indiferencia y de la crueldad. Ser honesto es aceptar que no somos únicos y que para vivir, es necesario respetar a los demás integrantes del universo; ser honesto es armonizar con tu cuerpo, con muchas sonrisas y tristezas, con ratones y elefantes, con simpatías y antipatías, y con muchas almas que desde sus diferencias buscan aliviar esta sed de concordia universal antes que anochezca.

Ser honestos es más que auto elogiarse de una conducta intachable a sabiendas que hay fallas en nuestra integridad, es más que utilizar la moral y los juicios de valor para hacerle zancadilla a quienes se han equivocado, para tirar la piedra y luego esconder la mano, creyendo que el ataque es una buena estrategia para ocultar los errores propios que de una u otra forma nos incomodan en el camino si alguien los recuerda.

arizadaza@hotmail.com  Twitter: @Oscararizadaza

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