Hace 50 años el compositor Adolfo Rafael Pacheco Anillo estuvo buscando la fórmula precisa para unir al pueblo vallenato con el sabanero, y la encontró de la manera que llegara directo a su sentimiento. No había de otra, lo hizo con una canción donde letra y melodía tuvieron el encanto suficiente para lograr el objetivo encomendado por su corazón.
El hijo querido de San Jacinto, Bolívar, quien recientemente sumó 79 años de prolífica vida, y que en el año 2005 fue declarado ‘Rey vitalicio’ del Festival de la Leyenda Vallenata, ante la inminencia de una grabación, y teniendo en la punta de la lengua el verso “Pa’ que el pueblo vallenato, meciéndose en ella cante”, tiñó en su memoria los recuerdos de aquellos paisajes y personajes comunes que le dieron vida a la canción ‘La hamaca grande’.
“Cincuenta años. Cómo pasa el tiempo”, fue lo primero que expresó. Pensó un poco, y continuó: “Con esa canción logré meter sin tanto esfuerzo en esa cama colgante, como muchos la llaman, a esos dos pueblos con su folclor y sus costumbres”.
Ya metido de lleno en ese memorable canto vallenato sonríe, porque se acuerda que esa hamaca era más grande que el Cerro é Maco, que hace parte del entorno de Los Montes de María, y que posee 810 metros de altura. Tampoco sabe cuántas madejas de hilaza se necesitaban en ese laborioso proceso de tejerla.
Se pone la mano en la frente para llamar más recuerdos, y entra en contexto cuando le hizo la más cordial invitación al compadre Ramón Vargas para que juntos llevaran varios regalos a Valledupar.
Compadre Ramón, le hago la visita
pa’ que me acepte la invitación
quiero con afecto llevar al Valle
en cofre de plata, una bella serenata,
con música de acordeón, con notas
y con folclor, de la tierra de la hamaca.
Vuelve a sonreír y anota: “A mi compadre Ramón lo volví famoso en todo el mundo. Aquella vez, cuando escuchó la canción me abrazó y dijo que ese era un bello mensaje de unión folclórica, para que se zanjaran las diferencias”.
Enseguida, con la emoción a todo galope, y como si fuera aquel instante cuando compuso la canción, hace un paseo mental por su amada tierra donde el folclor levanta vuelo en medio de un collar de cumbia sanjacintera, del acordeón de Andrés Landero y un viejo son de ‘Toño’ Fernández.
El legendario compositor, considerado una leyenda viviente del folclor, inclina su cabeza mientras que unas lágrimas, no se sabe cuántas veces, hacen un recorrido por sus mejillas. Es el verdadero registro de un canto nacido en su alma noble y buena.
Seca sus lágrimas, y sin más preámbulos anota: “Ese testimonio cantado pretendía, además de unir a los dos pueblos con sus leyendas y tradiciones, hermanarnos por siempre. Siento que se logró sin ninguna intervención, sino haciendo una canción que ha recorrido el mundo, y cuya historia no me canso de contar”.
Efectivamente, ‘La hamaca grande’ se ha paseado por el mundo en las voces de Daniel Santos, Johnny Ventura, los hermanos Zuleta, Carlos Vives y Lisandro Meza, entre otros.
El maestro indica que la obra tiene más de 30 versiones, y sin más preámbulos cuenta otra anécdota: “Mi querido amigo Carlos Vives hizo una presentación en Cartagena teniendo la presencia del rey Juan Carlos de España. Observé al rey cuando la estaba tarareando. No podía creer que un personaje de esa categoría se supiera mi canción. Le cuento que esa noche no dormí de la emoción”.
Secretos de la canción
Cierra ese momento de emoción y se remite al génesis de una de sus obras cumbres que se han mantenido con el paso del tiempo: ‘La hamaca grande’. “El que me inspiró esa canción fue el inolvidable compadre y acordeonero Andrés Landero, quien fue a participar en el Festival Vallenato y no ganó. Entonces me propuse con mi canto, que hice en 1969, llevar a Valledupar al lado de mi compadre Ramón Vargas Tapias un presente con la música de mi pueblo, especialmente una hamaca grande, más grande que el Cerro e’ Maco”.
Al viejo compositor Sanjacintero le revoloteó en su pensamiento ese recuerdo cantado que fue un trasteo de sentimientos y con elementos pegados a su tierra:
Y llevo una hamaca grande
más grande que el cerro e’ Maco
pa’ que el pueblo vallenato,
meciéndose en ella cante.
A un indio faroto y su vieja gaita
que solo cuenta historias sagradas
que antepasado recuerdo esconde
p’ que hermosamente toque
y se diga cuando venga
que también tiene leyenda,
cual la de Francisco el Hombre.
No para de explicar, y añade: “Esa canción la presenté por primera vez en una parranda en San Jacinto, Bolívar, mi tierra, y gustó de inmediato. Me la hicieron repetir muchas veces”.
Enseguida, relata que la canción nació sin nombre. “Muchos le ponían nombres, pero me quedé con el que me dijo mi amigo Edgardo Pereira: ‘La hamaca grande’. Pensé que era el ideal y así se quedó”.
El legendario compositor y abogado ha tenido la gran virtud de contar y cantar en más de 200 composiciones todo lo que gira en su entorno, esos mismos que tienen el sello del hombre pueblerino apegado a sus costumbres.
Recuerdos del corazón
Nunca dejó de explicar el nacimiento de varias de sus canciones, pero tiene una que hace que las lágrimas se desgajen como aguacero en el mes de abril. Es la de aquel hombre que partió decepcionado del pueblo con la finalidad de encontrar en otra parte consuelo, paz y tranquilidad.
Se trata de la historia de Miguel Pacheco Blanco, el famoso ‘Viejo Miguel’, el propietario del salón de baile ‘El Gurrufero’. Y entonces Adolfo Pacheco cantó: “Primero se fue, la vieja pal’ cementerio, y ahora se va usted, solito pa’ Barranquilla”.
En esa ocasión diseñó en su pensamiento esa historia que lo conmueve, porque al morir su madre Mercedes Anillo, cuando él apenas tenía cinco años, quedó al cuidado de su padre, ese mismo al que inmortalizó con un canto.
Cerró los ojos y comenzó la travesía por las evocaciones que no tienen distancia, pero por producto del amor paternal le llegaron directo al corazón. Y cuando menos se esperaba sacó de la baraja de su alma la frase más bella del diccionario de la vida: “Mi papá fue el más grande prócer de mis sentimientos y esa canción es el testimonio para el hombre que supo guiarme por el mejor camino”.
En ese preciso instante sobraban las palabras, no había que buscar bellas frases porque las lágrimas pedían permiso en medio de los albores del silencio, ese que es igual a la luz de la aurora que va en aumento hasta que el día es perfecto.
Por Juan Rincón Vanegas / EL PILÓN
@juanrinconv