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Adiós a William Quiroz Torres, un hombre libre y rebelde  

William Quiroz Torres.

Ha muerto William Feliciano Quiroz. Deja un vacío muy sensible. Era el hijo mayor de Guillermo Quiroz Quiroz y de Hilda Torres, una matrona de las de antes. Lo llamaron William Feliciano, por su abuelo, Feliciano Quiroz, vallenato raizal, campesino, quien vivió entre las sabanas de Camperucho y el barrio Cañaguate, en una casa donde hoy queda el Edificio Quitorres, donde funciona  EL PILÓN. 

La verdad es que, en los últimos años, poco hablábamos, pero era costumbre suya enviarme cosas (mensajes, videos, fotos), que a él le gustaban y a mí, también. Nuestro lenguaje era la melomanía, el amor por la música, eso nos identificaba. Y él, lo era en grado profundo, tenía una gran colección de música del Caribe y de música vallenata, que cuidaba con mucho celo y que compartía con sus amigos y familiares más allegados, sin dejar que tocaran sus discos y cassettes.  

GRAN FAMILIAR

Hoy vivo la congoja por su ausencia, mil razones tengo. Era el mayor entre seis hermanos. Hermanos cuya descendencia son como mis hijos, mis primos, y – a la vez- sus hijos me dicen tío. Actitud que me hace sentir orgulloso.  

Fluyen en mí muchos recuerdos, el de William en su edad púber. Su prudente franqueza, su pensamiento libre y rebelde de hombre justo, sus ideas discurren en mí, sobre la igualdad que predicaba, también la meticulosidad del sociólogo que era, que lo hizo pregonero de reglas orales que pretendía imponer con una jovialidad que nadie le cumplía.

Era un buen familiar y un gran amigo. Amigo cariñoso y de buen sentido del humor. Aunque para algunos, por momentos, parecía arrogante, aquello se debía a su crianza bajo las enaguas de su abuela, Petronila Quiroz de Quiroz, quien le infundió cierta hidalguía por pertenecer a una familia ostentosamente tradicional, reconocida en toda la comarca. Doña Petra era modista, de las mejores de la época y muy reconocida y respetada en la ciudad y la región. 

Del Valledupar de entonces, viajó, muy joven, a Medellín, donde estudió su carrera profesional, y se vinculó allí con movimientos políticos progresistas, el MOIR, donde militó, hizo trabajo político y amistades con sus dirigentes y sus bases, en distintas regiones del país. 

LA SHANGAI

‘La barra de la Shangai’, una liga de amigos sobrevivientes de la era China de Mao Tseg Tung, fue el frustrado refugio de jóvenes, quienes hace años esperaron un cambio social que nunca llegó. Convertida hoy en una sociedad nostálgica de elogios mutuos, que, al carecer de reconocimiento externo, cada año sus miembros se condecoran entre sí. 

Con la partida de William y de otros que se anticiparon, sufre la barra otra baja por el perceptible y lento retiro de muchos de sus fundadores. Unos días antes de su partida, me parece haber sentido que su ánimo iba en declive: no puedo más… 

Se ha ido un hombre hogareño, integral en sus afectos y consumado familiar, que amaba las costumbres y no perdía oportunidad por su vocación carnavalesca.  

Once años luchó William Quiroz, como un guerrero contra un cáncer de médula. Aún así, jamás perdió su jovialidad. Compartía con sus numerosos amigos y amigas, en distintos tipos de reuniones sociales, en las cuales lucía algunas de sus gorras de colores foráneos, o uno de sus sombreros de alas recortadas, para fingirse distinguido. 

Escucho, ahora, con reiterada tristeza, la última melodía que de su selección recibí. Estaba ya en la preagonía, cuando me llegó el porro ‘Solo Dios’, como un último recuerdo suyo. La melodía es instrumental, serena y mecida, espiritualmente concebida. Suenan los instrumentos como si se tratara de uno solo y parecen infinitos como si hubieran sido hechos para la eternidad. 

Escruto este porro, al oírlo y oírlo, entonces, reflexiono sobre el William creyente en Dios, frente a mí, que soy agnóstico. Por instantes, me pregunto, ¿sería un mensaje sublime del subconsciente, o algo del más allá?. Sería que lo hizo para despedirse, de ese modo, y no tener que decirme adiós. William, buen viaje hacia el oriente inmenso.

POR CIRO QUIROZ OTERO/ ESPECIAL PARA EL PILÓN 

Categories: Crónica
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