“… abre tu boca y yo la llenaré” Salmos 81,10. Nosotros podemos limitar el accionar de Dios por nuestra capacidad de recibir. El problema no está en la provisión de Dios, sino en la capacidad que tengamos para recibir. En ocasiones pensamos que hemos llegado al límite debido a la escasez, la enfermedad o la ruptura de relaciones; pero aunque Dios tiene la capacidad y los recursos para ayudarnos, nuestro recipiente es demasiado pequeño para recibir.
Debemos renovar nuestra manera de pensar para ensanchar nuestra capacidad de recibir. Más allá de las circunstancias externas, Dios sigue sentado en su trono de gloria, su favor puede rodearnos como un escudo y su bondad y misericordia pueden seguirnos en todos nuestros caminos.
El Señor Jesús, frente a dos ciegos quienes creían que él podía sanarles, les tocó los ojos y les dijo: “Conforme a vuestra fe os sea hecho”. Podemos alistarnos para recibir con una taza, un barril o una volqueta, pero lo que ofrezcamos a Dios, él lo llenará con sus bendiciones.
El pueblo de Israel en su travesía hacia la Tierra Prometida, por el desierto tenía grandes sueños y metas claras, pero a lo largo del camino se enfrentaron con adversidades que endurecieron sus corazones, se desalentaron y renunciaron a sus sueños y se conformaron con el lugar desértico donde estaban; hasta que un día Dios les incitó a seguir, advirtiéndoles que ya habían estado tiempo suficiente en ese monte. ¡Era el momento de proseguir en pos de sus metas!
Amado amigo lector: ¿El lugar donde estás ahora, es donde debes quedarte? ¿O acaso es posible extender nuestra fe y soñar en grande, abrir más grande nuestra boca, ir por encima de las barreras que nos han detenido, hacer espacio para que Dios haga algo nuevo y nos aumente y prospere?
Dios ha prometido que si abrimos la boca, él la llenará. Todo comienza con nuestra capacidad de recibir. No podemos caminar con constantes pensamientos de mediocridad y carencia y al mismo tiempo esperar la abundancia de Dios.
En el segundo libro de Reyes, está la historia de una viuda cuyo aceite fue multiplicado. Ella estaba endeudada y los acreedores iban a llevarse a dos de sus hijos como siervos. Lo único que tenía en su haber era una vasija de aceite. Eliseo, el profeta, la instruye para que pida prestadas vasijas vacías a sus vecinos, muchas, todas las que pudiera conseguir; luego se encierre y vaya llenado todas las vasijas, envasando en todas ellas del aceite que había en la primera, y cuando todas estuvieran llenas; fuera y vendiera el aceite y pagara sus deudas y viviera de lo que quedaba.
El punto a rescatar aquí es que el aceite no cesó hasta que se acabaron las vasijas vacías. Ella misma decidió cuanto aceite tendría, de acuerdo con las vasijas vacías que consiguió. La capacidad de aumento milagroso que ella recibió, no lo estableció Dios, sino ella misma. En este punto debo preguntarte: ¿Cuántos recipientes estás tomando prestado? La cantidad de recipientes limitan lo que Dios puede hacer.
Recordemos: Conforme abramos nuestra boca, Dios la llenará. No permitamos que una mentalidad limosnera y limitada también limite la provisión de Dios para nuestra casa. Eliminemos nuestros propios límites y hagamos espacio para que Dios haga algo nuevo y podamos entrar en el gozo y la abundancia que Dios ha preparado para los que le aman. ¡Abre tu boca! ¡Dale a Dios la oportunidad de llenarla! Saludos y muchas bendiciones.