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A Pedro Castro Ávila

Por estos días los amigos se nos van, como hojas que se lleva una borrasca tormentosa que no quiere terminar. Amigos como Pedro Castro Ávila, un vallenato desprevenido, noble y carismático; amigo desde la adolescencia, cuando vivía en la plaza Alfonso López y frecuentaba el parque Novalito en su Renault 6 naranja, acompañado del ‘Papi’ Socarrás, su inseparable compadre. Pedro siempre me decía: “Acércate pa’ que escuches al Cacique, el mejor de todos”, su gran ídolo, a quien seguía en cuanta Kz había en La Provincia, todo para provocarme, porque sabía que siempre le contestaba con uno mejor de Jorge Oñate. 

Seguimos juntos en el Colegio Militar, aunque iba en un curso anterior al mío, siempre teníamos tiempo para hacer todo tipo de pilatunas en recreo, sin dejar de lado a sus grandes amigos, ‘Cabe’ Solano, Jaime Zequeda y Ape Cuello. Después, nos reencontramos en Bogotá, en aquellas épocas de estudiante, cuando Pedro vivía en la 118 donde parrandeamos con Félix Gutiérrez, Julio César Martínez y otros amigos en un apartamento que más parecía una embajada vallenata. A Pedro siempre lo consideré una buena persona, a pesar de que no lo veía con frecuencia, bastaba un encuentro para reafirmar su condición despojada de cualquier prevención y sentimiento negativo, era cálido y solidario, recuerdo cuando asistimos a la despedida de otro amigo que se fue, Harold Malo, y justo ahí, después de mucho tiempo, nos dimos un abrazo y refirió su cuento estrella, aquella vez que saliendo de Hollywood se llevó por delante un caballo y lo instaló en el sillón de atrás de su Renault 6, que bastante sufrió en manos de Pedro. Esa historia siempre nos sacó carcajadas. 

Nunca pensé escribir esta columna y menos sobre un hombre con mucha vida por delante, a quien imaginaba de viejo sentado en un taburete de la plaza como lo hacía su padre ‘Pin’, compartiendo con el uno y riendo con el otro, y sobre todo, hablando de carros, su gran pasión. Se fue el Castro más Castro de todos, siempre se refería a sus familiares con respeto, con una propiedad que le daba ese apellido que llevaba con orgullo, como hizo Pedro Castro Monsalvo. 

La pandemia nos está acabando lentamente, en medio de un mar de dudas y confusiones, todos estamos expuestos y no sabemos cuándo pasará esta pesadilla; por lo pronto nos toca seguir en la lucha, en honor a todos los que se fueron.  La gran lección que nos queda es que la vida es muy frágil y que tenemos que vivirla al máximo, pero regulada; tenemos que valorarla y agradar siempre a Dios; nos dejarnos arrastrar por trivialidades y ambiciones que no conducen a nada; debemos apostarle a lo importante, el amor, la tolerancia y la solidaridad. A todos los familiares de Pedro Castro Ávila, en especial a su madre y a su hermana Mary, mis más sinceras condolencias. @JACOBOSOLANOC.

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