Corría el año de 1923, las señoritas vallenatas que habían terminado su primaria, quedaban inconclusas en sus estudios, ya que no había un colegio de bachillerato en la ciudad.
Fueron muy pocas las que se aventuraron a cursar su bachillerato en el exterior, entre ellas la maestra, poetiza, políglota y escritora, María Eugenia Ariza Acosta, quien realizó estudios en Francia, hablaba muchos idiomas, escribió una urbanidad en versos y varios libros religiosos.
Pero no todos los padres se arriesgaban a desprenderse de sus hijas; es por ello que un grupo de familias como los Castro, Mejía, Monsalvo, Maestre, Pavajeau, Daza, Maya, Uhía, Montero, Valle, Socarrás, Dangónd, Gutiérrez, Pupo, Ariza, Palmera, Cotes, Baute, Molina, Trespalacios, Céspedes, entre otras, se dirigieron al padre Bernandino de Orihuela, quien oficiaba en Valledupar, para que él se dirigiera a Monseñor Atanasio de Soler y Rollo (Arrancatroncos) quien era vicario apostólico de La Guajira y Valledupar, para que personalmente con su influencia sirviera de intermediario ante el Consejo General de las Hermanas Terciarias Capuchinas, con el fin de conseguir la fundación de un colegio de religiosas para esta región, ya que sus hijas anhelaban más instrucción y formación en valores.
Esta solicitud fue escuchada y fue así como un grupo de jóvenes religiosas venidas del noviciado de Yarumal (Antioquia) se vinieron a esta cálida ciudad con la ilusión de entregarse al servicio de la educación y aquí fueron bien recibidas con gran simpatía y muestras de cariño.
Las cuatro hermanas fundadoras fueron: La Madre Bienvenida de Don Matías, La Superiora Teresa de Sonsón, Margarita de Jericó y la reverendísima Catalina de Yarumal.
POR RUTH ARIZA COTES/ESPECIAL PARA EL PILÓN