I
Aquella tarde cetrina
de julio sesenta y dos,
la recordaba en su voz
su bella madre Carlina,
también su abuela Delfina
que una mochila tejía,
escuchando sinfonías
del paisaje enternecido;
el niño que había nacido
un gran poeta sería
II
En el edén de sus manos
las metáforas florecen,
los árboles se enternecen
con el rocío del verano.
Bajo un frondoso campano
él divisa la Nevada,
la tierra Madre Sagrada
de sus Kankuamos ancestros
donde viven los maestros
de la vida sosegada.
III
En el artista perdura
la musa resplandeciente,
lleva un violín en la mente
radiante de partitura.
El arte se configura
en la sinfonía del mar.
Siempre será Luis Mizar
el navegante poeta,
atisbador de facetas
con el don de poetizar.
IV
Como un fraile pensativo
su cuerpo se despidió,
y entre nosotros dejó
su espíritu reflexivo.
El poeta sigue vivo
cual Heráclito en el río.
El tiempo es un desafío
porque nunca se detiene,
por eso viajando viene
en diversos albedríos.
Por José Atuesta Mindiola