Desde épocas inmemoriales, el ser humano ha tenido por costumbre, tradición popular y religiosa, celebrar el inicio y consumación de la navidad y darle la bienvenida al año nuevo en medio del jolgorio, alegría y toda la felicidad que el cuerpo humano ha podido desbordar para, lleno de fe y de entusiasmo, recibir al que viene cargado de expectativas y con la esperanza de que este será mucho mejor que el anterior.
Pero la de este año no será una celebración común y tradicional, debido a la presencia universal del nuevo coronavirus, covid-19, que ha dejado una estela de muertes, incapacidades, huérfanos y viudas(os), esparciendo su dolor y pesar por todo el mundo. Si a esto le sumamos las muertes por catástrofes naturales, accidentes, guerras, homicidios y enfermedades, entre otras, la alegría y el fervor para dicha celebración quedarían reducidos a la más mínima expresión.
Existen mundialmente registradas más de 65 millones de personas infectadas, de las cuales han fallecido un poco más de 1.5 millones. En Colombia estamos llegando a las 38 mil muertes por este virus (tres veces más que los generados por la guerra en el 2018), una cifra alarmante en un país que poco a poco se fue acostumbrando a ver morir a su gente en medio de las balas derivadas del conflicto armado.
Definitivamente, no hay mucho por celebrar, y seguramente los que lo hagan tendrán un sabor agridulce en su paladar, que les impedirá el deleite y el gozo deseado, pues el virus no se ha ido, no ha desaparecido, y la vacuna, aunque ya está en producción, seguramente tardará mucho tiempo en llegar a nuestro país, mientras, estas cifras seguirán aumentando de manera exponencial.
Pero a pesar de que el 2020 ha sido un año difícil, de duelo, confinamiento, desesperanza, pérdidas materiales y económicas, que han dado al traste con la felicidad misma del ser humano y puesto en peligro la supervivencia de la especie, debemos seguir mirando el horizonte con optimismo, fe, entusiasmo, y con la esperanza de que en medio de las dificultades y las frustraciones propias de tiempos difíciles, siempre existirá una gran solución para ese gran problema; y por muy oscura, larga y tormentosa que sea la noche, finalmente brillará el sol, para llenar de claridad nuestra atormentada existencia.
Sin duda alguna no será una navidad como las anteriores, pero, afortunadamente, será la oportunidad para que el ser humano, en su conjunto, se encuentre consigo mismo y redescubra su verdadero “yo”, y rediseñe su personalidad y le dé a su vida un nuevo rumbo, priorizando las metas que lo lleven a obtener la felicidad que tanto ha soñado, por la que ha vivido y luchado. Pero por encima de todo, que este sea un mes para desplazar vanidades, trivialidades y ciertos prejuicios que lo atan y le impiden ser más grande de lo que ha sido en la vida. Al fin y al cabo, las vanidades y los prejuicios, al igual que los egos, son los primeros en apartarse del cuerpo a la hora de morir, y lo dejan ahí tirado, solo y putrefacto.
Que el advenimiento de la navidad y el año nuevo sea un motivo más para la meditación, el recogimiento y el regocijo familiar. Llegó el momento de rediseñar nuestras vidas, nuestro pensamiento y la forma de actuar, o de lo contrario, todo este año de sufrimiento, confinamiento y dolor, no habrá servido de nada y seguiremos vagando por el mundo en espera de otras tragedias o de nuevas formas de sufrimiento y pesar.
Para todos mis lectores, a los propietarios de este importante diario, a todos sus trabajadores y pautadores publicitarios, quiero externarles mi más profundo deseo de superación de las adversidades sufridas, para que efectivamente el año nuevo les traiga toda la felicidad y la solución a cada uno de sus problemas. Bendiciones eternamente.