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Zarpó el barco

Durante la posesión de Petro me llamaron la atención varias cositas. 

No recuerdo antecedente alguno de destinación de un área de la Plaza de Bolívar para ciudadanos de a pie. Creo que esta figura no riñe con la ceremonia y puede replicarse a futuro. De ese sector, ubicado en la parte posterior de la plaza, salieron vivas a los discursos de Roy y de Petro y algunos abucheos como sucedió con el Rey Felipe VI de España, pero nada más. 

Definitivamente Roy Barreras tiene excelente voz y le pone un muy buen tono a sus discursos. Habló bien, fue claro. Constantemente hizo referencia al nuevo gobierno y a quienes lo eligieron. Pero lo que más me sorprendió, es que las palabras de Roy lo mostraban, increíblemente, como un personaje que hasta ahora llega a la vida política colombiana. Quien no lo conoce seguro pensó que este ciudadano nunca ha tenido participación en la política colombiana, que hasta ahora la vida le da la oportunidad de trabajar por nuestra nación. Todo lo que criticó, que fue bastante, es resultado del accionar de gobiernos que él apoyó. Hábilmente se extrajo de la ecuación, se quitó la responsabilidad de errores que se pudieron haber cometido y se mostró como el que sabe qué debe hacerse y qué es lo correcto. 

Avispado el hombre, cínico, descarado, ya lo conocemos. De pasado uribista, luego santista y ahora petrista, Roy está donde están los votos. Todo un maestro del camuflaje.

Reseñando lo anterior recuerdo también que de nuevos ministros como Cecilia López y José Antonio Ocampo -cepalinos de primer orden-, y ambos exministros del gobierno Samper, hemos oído recientemente declaraciones en el mismo sentido: todo esto está patas arriba, hay caos y ellos, que parecieran no tener memoria, llegan a buena hora para salvar el barco de hundirse. De Alejandro Gaviria, el de los ojos desorbitados, hemos escuchado afirmaciones similares; absurdo leer en los colegios las cartillas del Padre de Roux.

El discurso de Petro fue interesante; aunque me propuse en principio no ver la transmisión, terminé sucumbiendo a mis más bajos instintos, a mi necesidad de estar informado, y seguí la ceremonia. Hubo temas disruptivos, como aquella propuesta para que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial reduzcan la deuda externa de Colombia a cambio de cuidar el Amazonas. Eso no sucederá pero no deja de ser un asunto polémico, para analizar. Fue recurrente el tema latinoamericano, invitó constantemente a la unión, por momentos puso en riesgo su visado americano al responsabilizar al gigante del norte de varios temas; no me imagino lo que hubiese dicho de haberse mantenido Trump en el poder.

El pasaje de la espada de Bolívar fue controversial. Desafió las decisiones tomadas por el gobierno Duque al respecto y ya como Presidente se impuso y ordenó al estamento militar traer la espada a la Plaza nombrada para homenajear a quien fuera su dueño hace 2 siglos. 

El mensaje fue claro: Petro sigue siendo un luchador, un outsider, allegó a la Plaza el símbolo de su lucha guerrillera, no olvida quién es. Recuerdo cuando en plena campaña, José Manuel Acevedo, director de Noticias de RCN, le preguntaba al entonces candidato a qué se dedicaría en caso de ser derrotado por el ingeniero: Petro contestó que se dedicaría a hacer lo que hizo en su juventud; de seguro volver a la guerrilla al concluir que en democracia no podría llegar a donde hoy está. Curioso que la misma democracia que quiso destruir por años sea la que le permita hoy gobernar.

No soy quien para criticar aspectos como la decoración o el vestuario de los principales actores. Sé que en varios pasajes me sentí profundamente incómodo al ver imágenes que serán recurrentes en los 1453 días que aún le quedan a este gobierno. 

Al posesionar a sus ministros se vio desordenado, es evidente que el protocolo no es el fuerte del petrismo. Ni Petro ni Mauricio Lizcano sabían dónde firmar cada uno de los documentos de posesión del gabinete. Ya lo irán incorporando a sus prácticas. 

Sentí un inmenso guayabo al ver salir a Duque y familia del Palacio. Este barco ya zarpó. ¿Se hundirá? 

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Jorge Eduardo Ávila: