El pasado 28 de mayo, en Fundación, el sol emitía unos fuertes rayos que hacían sudar constantemente. El silencio en el pueblo era reinante. El comercio estaba cerrado y sólo el sonido de las emisiones de los noticieros de televisión que indicaba el paso de la caravana que transportaba los cadáveres de 28 niños de esta población que murieron de manera trágica, ponía en alerta a quienes parecían no inmutarse.
Mientras que en el pueblo todos estaban a la expectativa del sepelio que despediría a los angelitos con bombas, pancartas, vestidos blancos, con velas y santos, en la vivienda 8-15 de la calle 21 de esta localidad magdalenense, donde funciona un hogar del Instituto de Bienestar Familiar, se encontraban dos niñas sobrevivientes de esta tragedia.
Yendri, de cuatro años y Jackeline, de ocho, estaban a pocos metros de donde sucedió el siniestro, en el barrio Altamira, donde cientos de velas fueron encendidas, acompañadas de arreglos florales y carteleras con mensajes alentadores para las familias despidiendo a los infantes. Un sitio en donde casi nadie pudo resistirse al llanto, al recordar quizá ese momento en que las voces de ayuda fueron insuficientes.
Acostadas en una colchoneta, en la inmensa sala de la mencionada vivienda, se encontraban ellas, una linda morenita, cabello rizado negro, ojos negros, delgada, con una blusa de rayas verticales de colores blancas y azules y un pantaloncito rosado; la otra, es rubia, cara delgada, divertida, risueña, vestía con una faldita negra con puntos blancos y bordes rojos y una blusa con rayas blancas y rojas.
Las menores, hacen parte de aquella familia que perdió a siete menores de los 10 que subieron esa mañana al bus. Cuatro hogares del barrio Faustino Mojica, donde se percibe la pobreza extrema, las casas son hechas de bahareque, madera o plásticos, perdieron a sus pequeños.
Con su natural fluidez Yendri, aquella pequeña que se quedó sin su hermanita y que hoy es testimonio de ese suceso que enlutó a Colombia el pasado 18 de mayo, recordó el trágico hecho del que ella y pocos fueron afortunados en salir ilesos.
“Mi tía Mary me sacó. Mi tía le dijo a Dianis, pero ella no salió” mencionó en su hablar poco entendible. También indicó “mi tía tiró a un poco de gente”
Por su parte, Jackeline, con la cabeza gacha, tocando con los dedos de las manos sus pies, desviando la mirada, como resistiéndose a no hablar sobre ese tema, lo único que pudo decir fue “me tiraron por la ventana. Yo salí corriendo para mi casa”, “el conductor del bus lo quemó”.
Su reacción era de entender, no sabía lo que pasaba, su mente trataba de encajar fichas para armar la historia de la tragedia, aquella que le ocasionó quemaduras leves en sus pequeñas orejas y la parte baja de su cabeza. Tal vez, por ello se mostraba nerviosa, desorientada, pero con ganas de salir adelante. A su corta edad quería ver más allá de lo que sus ojos habían percibido, algo distinto, algo mejor.
Otro de los afortunados en seguir en este mundo fue *Freile, un menor de aproximado nueve años, quien al ver las llamas en la parte delantera del bus decidió salirse por la ventana, sin darle tiempo de ayudar a su hermanito a quien le dio el último adiós hace tres días en el cementerio Ángeles de Luz.
*Freile es reconocido por su valentía y lleva una venda en el brazo izquierdo, que se fracturó en el momento de la caída del bus.
Por una gelatina
Una gelatina sería la causa para que Luisa, quien falleció en el dramático accidente, se montara en el bus luego que su mamá, Fanny Balseiro, diera a sus nietas de aquel refrigerio que ella no pudo disfrutar porque sencillamente no había más dinero.
Así lo recordó la pequeña de cuatro años, quien aseguró “mi abuela me dio una gelatina grande y también a mi hermana, pero a Luisa no”.
Con profundo dolor Fanny expresó que nunca se olvidará de las últimas palabras de su niña, a quien convidó junto con sus nietas a casa, pero que ésta lo único que le dijo fue “como tú no me diste gelatina, ahora me voy en el bus”.
Mensaje
Luchy y Nore
“Partieron y es un hecho, pero también es un hecho que nos volveremos a encontrar. Gracias por hacernos sonreír durante sus presencias con nosotros. Cuando eran felices, nosotros también”
Un duro testimonio
Como todos los domingos Fanny Balseiro asistía con sus nietas, a quienes ha criado por años, a la iglesia Pentecostal Unidad de Colombia. Terminada una vez esa jornada, se fue para su casa, en donde a escasos dos minutos de haber pisado la entrada le dan la mala noticia.
“Yo llegué de la iglesia y enseguida vino un vecino gritando que su hermanito se estaba quemando dentro de la buseta, entonces salí corriendo para donde estaba la hija mía y las tres nietas que venían en ese bus… Yo me fui para el hospital, la alcaldía y así hice dos veces el recorrido, pero no conseguí a Luisa. Algo me decía que mi hija estaba dentro, yo gritaba su nombre porque en el hospital conseguí a las otras niñas, pero no había rastro de ella. Después regresamos al lugar del sitio y encontré a mi otra hija con las manos en la cabeza, dando vueltas y diciendo que ella había sacado a una sobrina, pero a sus otros sobrinos no”, dijo la abuela.
Cuando recordaba el acontecimiento, Balseiro apretaba los ojos, como evitando las lágrimas y sosteniendo el dolor. Recordó que alcanzaron a sacar a Dianis, una de las menores de la familia, a quien enviaron de inmediato en una ambulancia a un hospital, pero luego de permanecer nueve días en la Unidad de Cuidados Intensivos de un centro asistencial de Barranquilla y debido a sus graves quemaduras, falleció.
“Yo guardaba las esperanzas de que mi nieta regresara con vida, pero Dios decidió llevársela y con los designios de él nadie puede estar en contra. Aquí estoy sobrellevado la causa, para ver si logro sostenerme, pero mi otra hija, la que perdió a su hija, está desahuciada, casi no come, no habla, está en manos de sicólogos” mencionó.
Una segunda madre
Vivir durante 25 años rodeada de niños y niñas, conociendo sus atributos, cualidades, defectos y necesidades, a través del programa de hogares comunitarios, es lo que generó el quebranto Nelsy Gamarra, quien al conocer la noticia de los menores su corazón rompió su llanto. Aquellos pequeños, a los que ella había cuidado, se habían ido sin poder ayudarlos.
“Esto ha sido un dolor muy fuerte por que he convivido con los niños del barrio por mucho tiempo, la mayoría de los de la tragedia fueron cuidados por mí. No tengo palabras para describir el sentimiento de ese hecho” mencionó la mujer de 63 años, quien tenía a su cargo 12 niños, varios de ellos, pasajeros de aquel vehículo.
En medio de la inmensa tristeza, Nelsy retrocedió el tiempo y mencionó “yo salí corriendo para ver si podía hacer algo, pero ya estaba prendido el bus, mi hijo que había salido primero que yo, me dijo: ¡Mami ninguno se salvó! Yo salí corriendo y me la pasé fue llorando durante todo el día, me fui para el baño y recuerdo que lo único que hacía era dar gritos y fue cuando llamaron a mis hijas para que me calmaran”.
“Ese es un dolor fuerte, los hijos míos me regañaban, me decían: “mami, contrólate que te va a dar algo, pero es la hora que el dolor sigue presente, no encuentro consuelo, porque conviví con ellos, los he criado como unos nietos, como mis hijos, esto es muy grande, ahora no me imagino el dolor de los padres. Cuando yo iba a la tienda los niños se me pegaban y me decían seño deme para un pan, yo siempre tenía que llevar plata para que me alcanzara” dijo la mujer entre sollozos.
El corazón de esta mujer se quebrantó al recordar el cuidado con los pequeños y al momento de la sepultura colectiva, prefirió quedarse en el hogar cuidando a los hermanitos de los que fallecieron para evitar un doble dolor, el de ella, y de los pequeños.
Por Merlin Duarte García/EL PILÓN
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