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Yastao vuelve a Medellín

Por  José Atuesta Mindiola

Silvia Betancourt Alliegro en su adolescencia se detenía a contemplar los lienzos de arreboles del atardecer en El Cerro Nutibara, de su nativa ciudad de Medellín.

Ahí despliega su habilidad para descifrar el significado de los colores, y por instantes imaginaba que el ángel que había teñido con sus pinceles el atardecer, bajaría para ser su amor.

Soñaba con un pintor. Pero fue en Cali donde encontró a su ángel. Mientras observaba un partido de futbol, vio a un arquero, similar al famoso argentino Gatti, desgarbado y melenudo que con agilidad felina defendía su arco, y quedó encantada con él, se conocieron y el amor los capturó. Ese arquero era un pintor que había nacido en Ibagué, y por su afición al estudio era un ciudadano universal, su nombre: Germán Piedrahita Rojas.

Valledupar fue su tierra prometida. Los caminos y las ilusiones los trajeron a este lugar sagrado, cercano a La Sierra Nevada donde posa el espíritu de Serankua, la magia tutelar de un rio bendice la poesía del canto y la devoción por Santo Ecce Homo es inagotable.

Aquí fueron reconocidos como asiduos habitantes de la Escuela de la Noche, donde bajo la lucidez de una lámpara los ojos recorren miles de kilómetros de palabras para hondar en los senderos de la historia, la literatura y las diversas expresiones del arte.

Era una pareja de amantes de la cultura, del periodismo, la poesía, el teatro, la música y la radio. Era una pareja defensora del pensamiento, de la vida y la decencia. Estas páginas de El Pilón fueron tribunas para sus opiniones.

Silvia, la querida “Yastao”, poseedora de belleza interior y exterior, ama a esta tierra que le abrió sus brazos y vio crecer a su hija Ángela. Su sensibilidad por la estética de la vida, le permite valorar la poética de los cantos que enaltecen la dignidad de la mujer, por eso admira las canciones de Gustavo Gutiérrez.

También es una experta en los temas educativos, y en más de una ocasión comentamos que si los alcaldes de la municipios mineros hubiesen invertidos honestamente los dineros de regalías en educación, saneamiento básico y salud, la calidad de vida y la calidad de educación del Cesar fueran mejores.

Silvia es una mujer radiante de vida y afectos, pensaba vivir siempre en Valledupar; pero la muerte de su compañero Germán le cambió sus planes, le tocó retornar a Medellín, la ciudad de sus mocedades; para allá se marchó con su hija, a compartir con sus familiares y a buscar otras oportunidades.

Se fue agradecida de Valledupar, y no se llevó todo, aquí nos dejó su amistad, sus poemas, sus opiniones, y a mí me dejó la mitad de su biblioteca, alrededor de 300 libros, que en su nombre y en el de Germán entregaré bajo inventario a la biblioteca de la Escuela “Juana de Atuesta” de Mariangola y al colegio “Cinco de Enero”, cuya biblioteca lleva mi nombre.
Esta columna regresa en enero: Feliz navidad y próspero año para todos.

 

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