Por Julio Oñate Martínez
Pénjamo es una población de cuarenta mil habitantes perteneciente al estado mexicano de Guanajuato ubicado a unas cuatro horas al norte de la ciudad de México. La vocación comercial de su gente trata hoy de buscar canales de penetración hacia el turismo, ya que fue allí donde en el año 1753 nació Miguel Hidalgo y Castilla el padre de la patria mexicana, razón por la cual es Pénjamo conocida como la “ciudad cuna de Hidalgo”. El compositor y músico Rubén Méndez Castillo se hizo famoso después de la interpretación que de su canción Penjamo hiciera el ídolo mexicano Pedro Infante. Sin embargo fue la versión del también mexicano Fernando Rosas con el mariachi Vargas la que se coló por todos los recovecos de la comarca provinciana en aquellos años dorados de la canción ranchera, que tan hondo caló en el gusto popular, al punto que en la Villanueva de entonces funciono en la entrada del pueblo un prostíbulo con el nombre de Pénjamo, donde furtivamente acudían en pos de un desahogo sexual, pernicioso y solapados y tanto los de franela “amansaloco” como los de lino y leontina. Mi primo José Aponte Martínez me comenta que en su época de billarista la mejores tacadas bola a bola las logró en los billares de Pénjamo, pero que en los “chicos” a tres bandas siempre fue ganador “El chijo Orozco el príncipe villanuevero.
En el año 1986, visite el país azteca, fui por dos motivos: visitar la tumba de lucha Reyes, la reina por excelencia de la canción ranchera fallecida en 1943 y conocer Penjamo. Lo primero fue imposible en una ciudad de veinticuatro millones de habitantes, lo segundo fue muy fácil, un carro de alquiler, un mapa, buena compañía y por fin, Penjamo, el de la canción, el de las cúpulas brillantes, el que parece un espejo, el de las torres cuatas y que encanta por su gran variedad de pájaros silbando de puro jubilo al paso de sus lindas y tímidas muchachas según la descripción del compositor, bautizado por el pueblo como Rubén de Penjamo.
La decepción fue grande, sus torres cuatas como alcayatas prendidas al sol resultaron un par de famélicas torrecitas deterioradas por el tiempo, los pájaros se fueron a silbar a otra parte y las muchachas bonitas ese día no salieron. Comprendí entonces que Rubén de Penjamo gracias al amor por su terruño logro plasmar en la canción todo el volcán de su inspiración.
Algo similar a la forma como Nando Marín describió a la Guajira: como una dama bañada por las aguas del Caribe inmenso o José Hernández Maestre cuando nos dice; Patillal es como una melodía que al oírla nos provoca cantar, o Chema Gómez en el canto a su tierra: allá en Fonseca cuando brilla la luna entre acordeón y tuna suena un acordeón.
Casos como el de Pénjamo son similares a muchísimos cantos vallenatos en los cuales el poder de la palabra creadora le ha dado tanta grandeza a nuestros compositores que hoy son admirados aquí, allá y mas allá.