Hace algún tiempo tropecé con la figura de Peter Sloterdijk. Tropecé, digo, literalmente, porque se atravesó en la pantalla su nombre en un ensayo que lo mostraba como una de las mentes más desarrolladas de la filosofía contemporánea, tal vez el mayor de sus representantes. Me puse en la tarea de dar vueltas alrededor de su nombre y descubrí Critica de la razón cínica, donde expone el cinismo difuso de nuestras sociedades exhaustas y nos revela “la falsa conciencia ilustrada”, que no es otra sino la de aquellos que se dan cuenta de que todo se ha desenmascarado y sin embargo no hacen nada, lo cual termina en que el verdadero cínico escape a la alienación y evite así andar embrutecido “como el rebaño domesticado, gobernado por las rutinas y las convenciones de la gran ciudad”. Una ruptura que nos lleva finalmente a la desesperanza.
En estos días, leí una entrevista a Sloterdijk, donde expone el hecho de que la vida actual no invite a pensar, ya que el pensamiento requiere no estar implicado en la misma y dar un paso atrás desde donde se pueda ser un observador. Vi entonces, que eso, que podría referirse a la necesaria actitud que conlleva la creación del pensamiento filosófico, nos deja bastante cerca de simplemente pensar, lo cual cada vez más parece un lujo en la sociedad contemporánea, en la que se nos exige tanta acción y a cuyas soluciones o formas nos vemos cada vez más abocados desde la reacción. Lo digo así, porque el tiempo que podemos exigir para pensar un proyecto o desarrollar una idea parece una falta de eficiencia, que va en contra de la imperiosa necesidad de tener la solución enfrente. “No tiene mucho tiempo, porque esto toca resolverlo ya” es un mensaje escuchado a diario en las oficinas, donde se deciden temas misionales y de largo plazo. Mucho me temo que la investigación también tiene estas amenazas, porque debe ir de la mano con la entrega de resultados y la ejecución presupuestal. Es, creo, un rechazo a la subjetividad y un igualamiento de los resultados cuyos caracteres deben caber en el espacio diseñado por las mil matrices del Sistema Integrado de Gestión (SIG).
Quien titubea o reflexiona es visto como ineficiente e inseguro, o como alguien que “no la tiene clara” y, por esa vía, las instituciones de cualquier índole van llenando sus cuadros de grandes vacíos y despojando de pensamiento a los individuos. Mucho me temo, también, que los salones de clase están amenazados y que habría que estar en la cátedra de Sloterdijk para recrearse en la creación del pensamiento.
Yo, particularmente, lamento a diario vivir en esta exigencia, aunque hago trampas y pierdo por ahí el tiempo mirando las nubes, imperturbable. Pierdan el tiempo leyendo a este alemán, les hará alzar la cabeza entre renglones.