Vivimos en un mundo en el que la fogosidad del momento y la emoción del instante imperan sobre muchas otras cosas. Los acontecimientos y hasta las generaciones se suceden con mayor rapidez, los avances tecnológicos están a la orden del día, la globalización ha hecho que nuestro mundo se vea cada vez más como una verdadera “aldea”, los medios de comunicación acortan -y hasta casi anulan- las distancias, pasamos con velocidad vertiginosa de la época del conocimiento a la época de las comunicaciones y de ésta última a la era de la información; nuestro mundo se mueve a un ritmo acelerado e incluso tenemos la creciente sensación de que los días demoran cada vez menos. Realmente vivimos un cambio de época y, al mismo tiempo, una época en la que lo fundamental son los cambios.
Nuevas leyes se formulan cada día, algunas en beneficio de la sociedad y otras en detrimento de la misma, en nombre de la paz se falta a la verdad y se sacrifica la justicia y en la búsqueda constante de la libertad se cae con frecuencia en nuevos tipos de esclavitud. Hoy por hoy poseemos más herramientas que deberían facilitarnos la vida y, sin embargo, son multitud los que no encuentran sentido para su existencia y en medio de todo divagan en la nada. Hemos creado un mundo del cual a veces nos provoca salir corriendo y somos artífices de una vida que en ocasiones nos resulta insoportable. La situación económica, la falta de empleo, los afanes propios de nuestra cotidianidad y aquellos que nosotros mismos adicionamos a voluntad, se reflejan con frecuencia en el reflujo gástrico, el colon irritable, la intolerancia, el estrés, etc.
La vida es difícil, es cierto. Pero se torna muchísimo más compleja si sacamos del panorama a Dios, si su amor y su voluntad no representan más que leyes mohínas de las cuales es preciso liberarse, como en estos días me dijo un joven: “Hay que actualizar esos mandamientos, porque ya están pasados de moda…”
Hoy, último domingo del año litúrgico, celebramos la solemnidad de Cristo Rey y se nos presenta una bella oportunidad para reflexionar sobre la importancia del Señor en nuestras vidas. ¿Dan nuestras creencias religiosas forma a nuestra existencia o, por el contrario, la religión es simplemente una catarsis dominical o sabatina que nos permite asumir la semana sin perder la cordura? ¿Qué tan importante es Jesús para nosotros? ¿Es Él nuestro Rey? ¿Le obedecemos, le amamos, somos con Él agradecidos?
Humanamente la expresión “Rey” ha estado siempre marcada por el despotismo, la altivez, los caprichos y la tiranía, pero no ocurre así con Jesús: Él nos deja claro que su reino no es de este mundo, que no vino a ser servido sino a servir, que el amor es la ley suprema a la que todas las demás deben someterse, que hacer su voluntad no significa frustrarse ni perder la libertad. Jesús nos enseña que su reino de Justicia y Paz, de verdad y de dicha constituye la plena realización del ser humano y, en la humildad del pesebre que ya casi contemplamos, nos demuestra la ternura de un Dios que solo quiere nuestro bien. Preparemos nuestro corazón para acoger al Dios hecho hombre, ¡ya huele a Navidad!