En ese afán que tiene el hombre de imponerse, de ser absolutamente dominante, el rey de la tierra y dueño por demás de su riqueza, que a la postre termina siendo su ruina, se ha visto abocado a exterminarse entre sí.
El ser humano, se ha enfrentado en una lucha perenne desde su aparición a su misma especie. La única razón posible es el poder, y no hemos visto una sociedad libre de guerras; sea cual sea la época y los espacios que analicemos que no haya sufrido de este flagelo; encuentros violentos entre pueblos, entre reinos, entre tribus.
La guerra nos ha acompañado a lo largo de la historia, y penosamente debemos aceptar que, como seres humanos, somos violentos por naturaleza.
Caín mató a Abel, judas con un beso entregó a Jesucristo; el pueblo eligió a Barrabas que era un reconocido ladrón y crucificaron a nuestro salvador.
¿El principio del fin ha llegado? Las señales del fin se reportan, eso creo, en la respuesta a este cuestionamiento desde Mateo 24: ‘Tengan cuidado de que nadie los engañe —les advirtió Jesús. Vendrán muchos que, usando mi nombre, dirán: “Yo soy el Cristo”, y engañarán a muchos.
Ustedes oirán de guerras y de rumores de guerras, pero procuren no alarmarse. Es necesario que eso suceda, pero no será todavía el fin. Se levantará nación contra nación, y reino contra reino. Habrá hambres y terremotos por todas partes. Todo esto será apenas el comienzo de los dolores’.
Es necesario que eso suceda, predijo Jesús; y vemos a través de los canales de televisión el comienzo de los dolores; millares de muertos: niños, jóvenes, ancianos, mujeres, seres inocentes que solo buscaban vivir la vida sin sufrimientos, en paz y armonía espiritual.
Pero se inventan virus y azotan a la humanidad con pandemias letales creadas por el hombre para destruir al más débil y debilitar al que vaya camino a oponerse a estas circunstancias de poder.
Sirve la guerra para aumentar la tecnología bélica, para potenciar naciones y hacerlas vivir en una paz de miedo, para imponer respeto; para hacer a los ricos mucho más ricos y a los pobres aceptar que esa es la condición de vida, impuesta por el poderoso.
Un estudioso de este fenómeno se llama Ian Morris y nos dice que “La guerra ha producido sociedades más grandes, lideradas por gobiernos más fuertes que han sido capaces de imponer la paz y crear los requisitos necesarios para la prosperidad”.
“La guerra, según este autor, obligó a los gobernantes a construir instituciones más fuertes y a suprimir la violencia en el seno de la sociedad, en aras de consolidar su poder. Por desgracia, la guerra, o el miedo que nos genera, ha sido el único instrumento que ha tenido el hombre para preservar su seguridad, aumentar las riquezas e instalar la paz”.
Sea cual sea la verdad de esta tesis, que no comparto, nunca será mejor el dolor de la muerte para tranquilidad de unos cuantos, a vivir en un mundo con armonía para todos; sin tanto daño y miseria, producto del poderío de la guerra. Ya basta de tanta indiferencia del hombre ante tanta perversidad del hombre. Sólo Eso