Se dice, por algunos, sin fortuna, que en la guerra, la política y en el amor todo se vale. Esta apreciación contiene un pobrísimo argumento que desdibuja la democracia y hace del debate político un campo de exterminio del otro.
La política, como arte de gobernar, es una actividad que debe ser orientada por la ética. Bien como filosofía moral o como hábito de portarse correctamente dentro de la comunidad política. En consecuencia, la necesidad de reconstruir las relaciones entre la ética y la política es un imperativo de todas las democracias modernas.
La reconstrucción de esas relaciones (ética-política) es responsabilidad de los partidos y movimientos políticos y de los candidatos a las corporaciones públicas. Tal reconstrucción es un problema de la práctica política en sí misma y no de la especulación teórica. Es una urgente tarea por resolver, ya.
Ennoblecer el debate político es un trabajo de fortalecimiento de las instituciones y de la democracia. Por tanto, un debate político tiene que ser el centro del arte del buen gobierno que, en el mundo moderno de Occidente, es una conquista democrática irrenunciable. El derecho a un sano debate democrático debe orientar nuestra actual campaña electoral.
En política no todo vale. Como no todo vale en la guerra y en los conflictos armados. De hecho, en estos últimos rigen las leyes de la guerra, el Derecho Internacional de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario legislado y consuetudinario. En la política y en el debate electoral la tolerancia, el pluralismo y la decencia son imprescindibles.
Por su importancia, un debate presidencial, en una república centralizada y de un fuerte régimen presidencialista, como la nuestra, este debate electoral tiene necesariamente que ser pulcro, decente y respetuoso enmarcado en un ambiente de tolerancia. La dignidad y responsabilidad del cargo lo exige, sin discusión alguna. No es de poca monta esto.
Todo lo contrario ocurre hoy. Parece ignorarse que el presidente de la República que resulte elegido por la Nación, nos representará a todos los colombianos frente al mundo. Empobrecer en el debate presidencial es un atentado contra la legitimidad y la investidura presidencial.
Un debate presidencial como el que se está desarrollando, en el cual, el centro de las discusiones no están en las propuestas sino en la destrucción moral del rival no debe tener cabida en una democracia moderna. Todo esto tiene que ser reconsiderado, con urgencia, por las campañas de los candidatos presidenciales.
La ciudadanía, en su derecho político y de representación política, necesita conocer esas propuestas y programas de los candidatos presidenciales para escoger, en forma libre, su candidato.
La conducta de denigrar al otro en una campaña electoral vulnera el derecho de representación política. No es de la esfera de la política, mancillar el honor de los que opinan distinto. Menos, es correcto judicializar el debate electoral. Esto último conduce al debilitamiento de la administración de justicia y a la seguridad jurídica que debe ofrecerles el Estado a todas las personas. Todo ello desprestigia a la justicia misma. Los candidatos a la Presidencia de la República están en el deber de ponerle fin a esta deplorable situación.