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¿Y ahora?

Escuché en una emisora local que el gobernador y el alcalde de Valledupar, muy temprano el 20 de julio, en conmemoración al grito de nuestra independencia, pusieron una ofrenda floral en el busto del libertador Simón Bolívar, ubicado en la plazoleta de la Gobernación del Cesar. De inmediato quise hacer un comentario, pero me distraje en los habituales análisis, pronósticos y cábalas de los mentideros políticos, respecto al sentido del fallo, en el que la Corte Suprema de Justicia anunció condena para el doctor Luis Alberto Monsalvo Gnecco.

En las notas de prensa escrita no precisaron la exactitud del sitio del evento, así que me quedé sin saber si los mandatarios y sus asesores confundieron el 20 de julio con el 7 de agosto o si el desconocimiento se convirtió en ligereza del comunicador cuando aseveró lo que no había pasado.

De todas formas, la coincidencia de los hechos me llevó a pensar que 210 años después, el pueblo sigue añorando los detonantes floreros de Llorente capaces de engendrar un proyecto de territorio, en el que sin distingos seamos sujetos políticos de su permanente construcción. Donde surjan modernos José Acevedo y Gómez y desde una tribuna popular capitalicen políticamente los “momentos de efervescencia y calor”. Donde los devotos de la férrea autoridad cuasi monárquica criolla, se den una oportunidad personal ante la interdicción jurídica del caprichoso emperador. Donde los maltratados alfiles políticos se conviertan en renovados Antonios Barayas, abandonando las fuerzas opresoras del clan, prefiriendo por fin estar al lado de los que en época electoral prometen proteger. En fin, que nos convenzamos todos que, para tener posibilidades sociales como departamento, solo dependemos de nuestra íntima decisión individual.

Por esto la incitación conspiratoria debe ser limpia y noble, carente de egoísmos personalistas, tan mesiánicos como falsos a la hora de establecer las verdaderas intenciones frente a nuestros destinos. El momento no está para rescatar cacicazgos en desuso, precisamente por prácticas igual de cuestionables que las actuales. Mucho menos para implantar localmente regímenes totalitarios, que utilizan el inoculado miedo ajeno y sus propias poses patrióticas, para manipular voluntades en su fortalecimiento político y económico, disfrazado con máscaras de emprendimiento honesto. Hacerlo sería reeditar la diáspora política de las luchas intestinas de la Patria Boba, muy probablemente pacificadas por algún Pablo Morillo de la ‘nueva ola’, quien sin despeinarse y ante nuestra imposibilidad de convertir el motín popular en una realidad electoral, disolvería en la horca de la reinvención del viejo régimen, como dicen ahora, los individuales destellos que fueron incapaces de sumarse en un gran haz de luz para el departamento del Cesar.

Nuestras gentes ya habían perdido las esperanzas, pero, así como la revolución francesa ejerció trascendental influencia en los intelectuales y la base colectiva de la época para que se pudiera dar el grito de nuestra independencia, igualmente hoy debemos pensar en refundar políticamente un departamento soberano, el cual desprecie desde su constituyente primario a los gobiernos corruptos y mediocres y escoja libremente a sus mejores hijos para ocuparse de su destino. Para esto necesitamos líderes que nos ilustren en filosofía política, basada en los derechos del hombre, contraria al absolutismo monárquico y promotora de un gobierno respetuoso de las libertades, el liderazgo, la inteligencia y el derecho a la igualdad de sus ciudadanos. Sin caer en la utopía eso sí. Solo vigilantes para que el objetivo final de una gestión de gobierno vaya directo al ciudadano, por el que se debe trabajar implementando políticas públicas que reduzcan las desigualdades a límites humanos. Hacia allá debemos ir ahora. Entonces no desfallecer, no rendirse. Un abrazo. –

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