Cuando ‘Colacho’ Mendoza se ponía el acordeón al pecho, todos los músicos lo respetaban y hoy está ocurriendo lo mismo con su hijo Wilber Mendoza Zuleta. Hoy contaré el trascurrir de este formidable acordeonero.
“Yo no nací para ser médico ni abogado ni contador público. Yo nací para ser acordeonero como mi papá. Por eso me pasaba horas viendo las parrandas en mi casa. Me daban un tetero de guineo licuado con leche y me acostaban. Pero yo desde el cuarto escuchaba muy despierto a Luis Enrique Martínez, Lorenzo Morales, al Viejo Emiliano Zuleta y a Miguel López”, revela.
Cuando su papá salía, él se metía al cuarto y cogía el acordeón. Cuando su papá supo que Wilber sabía tocar acordeón, un día lo llamó para que tocara. Tenía doce años y había una parranda en su casa con Gabriel García Márquez y El Turco Pavajeau, pero Wilber no apareció se escondió, porque él es como era su papá: montuno, penoso y tímido.
Sin embargo, a los pocos años creó su primera agrupación con Farid Ortiz (1982). Tocaron casetas. El conjunto estuvo conformado en la caja por Roberto Diazgranados; en la guacharaca “El Nene” Montenegro y el bajista Alfredo Amaya, entre otros.
Iba a grabar con Farid cuando apareció Emilio Oviedo y le “robó” a Farid. Después grabó con el Tano Cotes. Estuvo como invitado especial en una grabación con Silvio Brito y su papá. Antes de llegar a la cúspide de su carrera como acordeonero estuvo involucrado en un dilema penoso de su vida, pero esa etapa la superó, totalmente.
“Recuperé los valores que tenía y estoy en la vida plena, de la gente que cree en mí, de mi dignidad y la de mis padres. Yo soy otro. Soy mejor”, asegura.
En el 2013 fue coronado Rey Vallenato. Ha viajado a diez países difundiendo la música vallenata a través de la cancillería, consulados e invitaciones especiales y ha estado presente en cada rincón de Colombia.
Además, fue actor de TV de la telenovela de Diomedes, personificando a su padre ‘Colacho’. “La actuación en verdad ha sido también trascendental en mi vida artística. La clave fue aprenderme muy bien los libretos, porque lo demás lo puse yo”, agrega.
También tuvo que solventar pruebas: “Personificar a mi padre fue duro, me daba guayabo, melancolía, me tocaba recorrer sus pasos musicales. Fueron sentimientos mezclados de alegría con tristeza. Hubo escenas en donde lloré por los recuerdos de mi padre y de mi madre, pero yo asumí ese papel como mucha responsabilidad y todo mundo ha dicho que fue un excelente papel, gracias a Dios”, recuerda.
Agrega que su mamá fue tolerante –aunque se gastaba un genio descomunal, muy arraigado a sus sanas costumbres- dice que la musa de su papá era su mamá, “ellos desde que nacieron sabían que se iban a juntar allá en San Diego, en el patio de Juan Muñoz”, añadió.
Sobre su papá dice: “Mi papá fue un acordeonero excelso, de música criolla, de la música pionera, fue un representante de todas las etnias colombianas. Convivió con todas las clases sociales, fue musicalmente hablando uno de los mejores”.
“Mi papá le puso el picante criollo al vallenato, yo estoy siguiendo todos esos pasos, cada segundo recuerdo algo de mi papá, yo llevo en la sangre la sabiduría de las notas de mi papá, a veces siento que me parezco tanto a mi papá tocando, que creo que soy él”, dijo. Hasta la próxima semana.
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Por Aquilino Cotes Zuleta