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Vulgaridad en las palabras vs. Vulgaridad en los hechos

Los adversarios per se del presidente Petro no escatiman oportunidades para atacarlo; es un odio enfermizo y destructor ilimitado sin recatos contra él y su equipo. Esto lo hacen desde la más baja ralea, conocidos como la dirigencia del país, formados en las mejores universidades, pertenecientes a las más encumbradas familias.

El idioma, base de entendimiento entre los seres racionales, se ha convertido en un ancla para torpedear, no para fijar conceptos reconstructores. Esos que tanto piden construir sobre lo construido no lo hacen ni con el idioma. El significado de las palabras es relativo, de suyo, no son buenas o malas; en esto hay una moral cartuja, con camuflaje; el lenguaje más soez es el de los cuarteles y el menos, quizás, el de los conventos, pero suelen darse prácticas atípicas. ¿Entonces? En Venezuela una cuchara es una vulgaridad, pero aquí es un instrumento de comedor.

Con la designación de Daniel Rojas como ministro de Educación, son muchas las plañideras que han pegado un grito en el cielo porque dizque este es un “patán”, un bárbaro de la cultura, querrán decir, porque en algún momento de su vida pronunció palabras no convencionales de la jerga social que todos decimos sin ninguna malicia. Estos, tan sensibles ante expresiones populares, son los mismos que apoyaron a Rodolfo Hernández, ese pillo que catalogó a la Virgen María como a la puta de Babilonia. Palabras buenas o malas de suyo no existen, el perfil de estas está en nuestras mentes.

Esto está aceptado, hasta en la televisión escuchamos expresiones que antes eran pecado. A veces las palabras llamadas malas ayudan a entender conceptos del vulgo porque son de mayor circulación que las refinadas. No siempre los buenos modales están en el buen hablar, pero sí a menudo la hipocresía. La exquisitez y decencia en el lenguaje no es el rasero ideal para medir las calidades humanas, quien viva debajo de un puente, con su lenguaje de alcantarilla, puede ser mejor persona que un florido club-man. Recuerdo una anécdota; cuando el escritor Álvarez Gardeazabal ganó la gobernación del Valle del Cauca, los farsantes de la decencia comenzaron a inhabilitarlo por sus inclinaciones sexuales; les respondió diciendo: “Yo no gobernaré con el culo”. García Márquez, nuestro Nobel, dijo en una ocasión: “Si la mierda tuviera valor, los pobres nacerían sin culo”. En ‘Cien años de soledad’, uno de sus personajes se refiere en jeringonza “guara” a una mujer diciéndole: “Esta es de las que se comen su propia mierda”. 

Ni Gabo ni el autor de “Cóndores no entierran todos los días”, son inmerecidos por este lenguaje. En un audio revelado, el presidente Uribe le dice a uno de sus críticos periodistas: “Si te veo en la calle te pego en la cara, marica”; y cuando habla con uno de sus amigos, refiriéndose a los magistrados de la CSJ, le dice: “Estos hijeputas nos están grabando”. Mientras tanto, Colombia se convertía en un camposanto. No todos son arcángeles por su hablar, la decencia va más allá de castas palabras. Es inolvidable el disco sobre el “polvorete” dedicado al presidente Turbay Ayala quien, en una fiesta en Cúcuta y pasado de copas en pleno baile, hizo unas demostraciones de obscenidad con su pareja mientras se desarrollaba el horrible “Estatuto de seguridad”. Nada podríamos esperar de un incestuoso, quien se casó con su propia sobrina. Ahora su nieto en el Senado quiere dar cátedras sobre transparencia y buenas costumbres. 

El presidente Valencia, cada lunes, era visto saliendo del “puteadero” de Blanca Barón, tratando de quitarles las cámaras a los reporteros. Y faltan anécdotas palaciegas. Esta guerra sucia aún no ha tocado fondo, tendremos que vivir dentro de las heces de la información mediática. Asegurar que el presidente Petro andaba en Panamá con una trans, solo cabe en mentes patológicas. Estos antecedentes demuestran que los que nunca habían sido oposición, no la saben ejercer con decencia, pelaron el cobre, no tienen capacidad para hacerlo, y por eso han caído en las pequeñas y vulgares cosas.        

Luis Napoleón de Armas P.

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