Por Luis Napoleón de Armas P.
Ya pasó el festival vallenato, ya se acerca el festival pero de las promesas electorales; ya anuncian los aspirantes al Congreso de la República; siempre es lo mismo.
Nuestro parlamento es el ente más desprestigiado del país, según las encuestas; sin embargo, pese a eso, ese fracaso lo convierte en una fiesta cada cuatro años, y, seguimos asistiendo a esa orgía democratera.
Esta es como una involución atávica que, con su magia, nos sojuzga y nos sustrae la razón. Colombia es un país de ilusionistas con gran poder de hipnotización y dependiente de las finanzas del Estado. Llegar al congreso es alcanzar el cielo antes de morir, sin haber hecho ni un milagro, es alcanzar todos los privilegios que le niegan a los mortales. Tienen el mejor salario público del país, y de América, todo les está cubierto.
El año pasado, Noticias Uno publicó un informe detallado de los ingresos parlamentarios que incluyen gastos de representación, sueldo básico, subsidio de vivienda, dos primas al año, esquema de seguridad; tiquetes aéreos, telefonía y derechos de franquicia nacionales e internacionales; vehículo blindado con chofer y combustible, mas una unidad de trabajo para cinco personas.
Según este informe, el ingreso de cada parlamentario asciende a mil millones de pesos por año con solo 64 días laborados; sus altas pensiones, son una provocación a la equidad.
Es que en materia económica, han venido legislando en favor de su propia causa. No hay derecho a tanta injusticia, sabiendo que en la puerta de los hospitales muere gente cada día por falta de recursos públicos. Y, ¿cuál es la labor que desempeña un congresista en Colombia? Indispensable, casi ninguna; tenemos casi veinticinco mil leyes, inocuas la mayoría, sesgadas varias, simiescas casi las demás.
La composición actual del Congreso es casi la misma que dejó herida de muerte la CPC/91, la misma que autorizó la reelección que le dejó tantos atajos al país, la misma que re eligió al procurador Ordóñez, quien revivió la cacería de brujas de las cruzadas, la misma donde se esconde la mafia de la contratación pública y el tráfico de influencias y la que acaba de elegir a un magistrado cuestionado.
¿Acaso, no están allí, también, muchos amigos de los narcos? Sin embargo, siempre se harán reelegir; en aras de lo mejor, habría que votar por figuras nuevas, no comprometidas con la ignominia. Lo que necesitamos es equidad, transparencia y eficacia en la distribución de los recursos públicos. No más santanderismo carroñero.