Desde que el artículo 259 de la Constitución Política, desarrollado luego por la Ley 131 de 1994, dispuso que los candidatos a cargos ejecutivos de elección popular debían inscribir con su candidatura un Programa de Gobierno, el cual deberían cumplir al ser elegidos y sobre el que se supone versarían sus discursos, no se había presentado una campaña política tan escasa de planteamientos como la que dentro de poco revelará el nombre del próximo presidente de la República.
Nadie identifica candidato alguno por sus propuestas. Ni siquiera en los múltiples medios de difusión, hablemos de las redes sociales de moda, a las que accede masiva y copiosamente cualquier parroquiano por fiebre o vicio electrónico, se han marcado las diferencias.
Desde el gobierno, el presidente, alcalde y candidato insiste en limitar su campaña al proceso de paz. Sabe que las últimas elecciones presidenciales las ha definido el comportamiento de las Farc. A Pastrana lo elegimos porque creímos que iba a firmar la paz con ‘Tirofijo’ luego del intercambio de relojes, a Uribe porque estábamos desesperados con los abusos de una guerrilla políticamente acabada, la reelección se dio con el argumento de que “la culebra sigue viva” y se necesitaban cuatro años más de gobierno para que la ‘mano firme’ impusiera el orden y a Santos por inercia, dándole continuidad a un trabajo que luego se diluiría en el limbo de la marrullería bogotana.
Lo malo es que no ha dicho hasta qué punto se compromete para que los diálogos de La Habana sean prolíficos a la convivencia pacífica; qué concesiones le dará a la guerrilla, que espacios políticos cederá, cómo va a fomentar la equidad social, para que las diferencias no sigan siendo el caldo de cultivo de una violencia que por décadas ha llenado de lutos los hogares colombianos. Solo se ha limitado a calificar a sus contradictores políticos como enemigos de la paz, cuando hay serias dudas si realmente ese proceso es una sincera política oficial o simplemente un sofisma de distracción utilizado con fines electorales, para que el pueblo colombiano vuelva a creer y salga masivamente a votar tras una ilusión. Ojalá pasadas las elecciones no se rompan los diálogos.
Y lo peor es que los otros candidatos no están aprovechando esa coyuntura. Por ejemplo, nadie ha dicho como se podría reformar el Sistema Educativo, para que nuestra nación abandone el frustrante último lugar en las pruebas internacionales. Y así tantas cosas que hay para decir. Los aspirantes tocan los temas muy superficiales, olvidándose del cómo, que en últimas es el que le da la credibilidad a una propuesta. Esperamos, por el pueblo colombiano y en contra de los políticos que se dejan cautivar por la ‘mermelada’, a costa del sacrificio de ese pueblo que sabiendo que le mienten sigue creyendo, que este último mes de campaña presidencial sea de propuestas serias, para que de verdad sepamos por quién y por qué votamos, en contra del triste refrán “¿a dónde va Vicente?, a donde va la gente”.
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