MI COLUMNA
Por Mary Daza Orozco
En las redes sociales fueron profusos los comentarios y felicitaciones, pocos detractores, sobre la escogencia de Fredys Socarrás como el mejor alcalde del país; título que es bueno para la ciudad. Se festejó además, porque Colombia es un país de festejos, pensé que el alcalde ya tiene un título más importante: el de un hombre bueno, pero bien por él y por el municipio.
Sin embargo, los festejos aunados a los de la policía con más de ciento veinte años de historia, hicieron olvidar por momentos la preocupante situación que vive nuestra región: la inseguridad rampante hasta el punto de que volvimos a la desazón de estar secuestrados en la propia ciudad.
Otra vez los carros quemados en las vías, otra vez las extorsiones, los robos y hay temor de que el secuestro vuelva a aposentarse en esta región encajonada entre la vegetación intrincada y agreste de Perijá, y la mole de la Sierra Nevada.
Lo que está sucediendo es grave, en todo el país y baste citar la matanza de campesinos en Antioquia, mientras en Cartagena el pueblo se enloquece ante cuerpos cimbreantes y rostros bellos, siempre es así, siempre, recordemos lo del Palacio de Justicia y Armero cuando las reinas seguían desfilando mientras el mundo lloraba, pero volvamos a lo nuestro: el Cesar y especialmente Valledupar son proclives a vivir el sobresalto de la violencia, tienen una historia de dolor y lágrimas que nunca se podrá olvidar y, aunque me lluevan críticas, hay que reconocer que hubo un tiempo, solo unos años atrás, en el que se calmaron las cosas, se desataron cadenas y se aminoraron los sobresaltos.
Hay que plantarse y exigir a las altas autoridades que el Cesar no vuelva a vivir la aterradora embestida de la violencia, que no se quemen carros en la vía, que no se maten mujeres tenderas que tratan de defender sus derechos, que no se atente contra los indígenas, ya de eso tenemos un recuerdo que aún duele, que se aminoren, por lo menos, los raponazos que dejan a uno sin documentos y todo lo demás que se carga en las carteras, que no se frene la vida en el campo que a penas está volviendo a reverdecer, que no se escuchen bombazos contra negocios, que no se sienta temor de salir a trotar en los amaneceres, en fin que no siga lo que ha empezado, que sea apenas un conato, porque la violencia está ahí, de soslayo, en las puertas de las ciudades y pueblos o cerca, hundida en los intrincados montes que nos rodean.
El alcalde, con el prestigio que ha logrado, será escuchado en las altas esferas del gobierno, sus exigencias no serán ignoradas, tiene que plantarse con energía, esa misma que le proporciona su rectitud y deseos de defender a su ciudad.
El gobernador, quien goza también de un honroso puesto entre los del país, trabaja para que lo que se logró en el Cesar, ese poquito de tranquilidad que nos cayó tan bien, no se esfume.
Y la ciudadanía a servir, desde sus trabajos, cualquiera que sea, desde sus hogares, a ayudar a los mandatarios, a querer a la región y la propia tranquilidad, todos a luchar para que la violencia no vuelva a apoderarse del Valle, de los pueblos, de nada, de nadie.