Darío Echandia, a quien se llamó por su sabiduría y talento el maestro Echandía, político liberal tolimense, cuyo nombre tomó el presidente Iván Duque, pues es su ídolo del Siglo XX, para ponerle nombre al túnel de La Línea, soltó una memorable frase refiriéndose a la violencia partidista, en sus últimos estertores, siendo gobernador del Tolima, en el primer gobierno del Frente Nacional de Alberto Lleras. En el campo la cosa no era fácil por el rencor acumulado y al recibir el gesto de guerrilleros liberales de acogerse y deponer las armas, animado con la paz, reveló su sueño: “los tolimenses volverán a pescar de noche.”
Los procesos de reconciliación son complejos y dinámicos. Aún pueden trascender sus efectos -que son las guerras mismas- varias generaciones. La historia no se cierra pero tampoco ciertos capítulos dolorosos de ella. En el mundo persisten conflictos, al parecer irresolubles, como los de Israel o Palestina o el de la dictadura de Pinochet que en estas semanas define un plebiscito histórico para enterrar sus vestigios en la Constitución de Chile, o las secuelas de la guerra civil española que han salido a flor con la discusión de los restos del dictador Francisco Franco y el mal momento del rey Juan Carlos.
Los colombianos bajo los dos más importantes procesos de los últimos 20 años, materializados en marcos de justicia de transición no ordinarios, el de Justicia y Paz, con las autodefensas, y el de la Jurisdicción Especial de Paz, con la guerrilla de las Farc, hemos apostado por conocer, sobre escenarios de penas atípicas y por ello controversiales, la verdad, la reparación y los compromisos de no repetición.
Pero la no repetición, que es el punto final del cierre del capítulo de la violencia, depende de que más allá de la firma de unos acuerdos no haya traumatismos severos: que la verdad aceptada, que no siempre es la única verdad ni toda la verdad, y la satisfacción de las víctimas, con diferentes umbrales de aceptación, tengan entendimiento y aprobación general. Eso no es fácil en una sociedad muy informada, mediatizada, por medios y redes sociales que hacen del ciudadano un reportero y un intérprete de los hechos. Más los consabidos cálculos de los políticos.
También depende de que en sociedades agrarias haya una transformación de la forma de explotación de los recursos y de la provisión de bienes públicos como vías, servicios, centros de salud y educación, infraestructura productiva, asistencia agropecuaria. Afectadas hoy por negocios ilegales como la droga y la minería ilegal, que reciclan la violencia armada en protección de sus oficios.
Nos asalta la preocupación de que ese contexto y la historia influyan sobre las mentes para no anidar en ellas el bálsamo del perdón y la reconciliación, y que vayamos a perder no una, sino varias generaciones más para superar el drama de la violencia. Sin embargo, asidos al Dios de la razón humana, esperamos que todo cambie y que viejos antagonistas desarmados, que no se limitan a los del titular, puedan caminar tranquilamente por las calles de su ciudad.