El folclor vallenato, en especial su música, ofrece diferentes perspectivas que ameritan un análisis, que desde el sentido común y el uso de la ciencia nos posibilita encontrar unas mejores explicaciones de su evolución.
Encontrar y debatir los elementos que se hallan en la eterna disputa del estacionamiento y la dinámica, la corriente ortodoxa enfrentada a la dialéctica y lo popular con lo popularizado, que junto con el papel de la radio, televisión y prensa escrita han sido definitivos en la presentación del lenguaje campesino que arranca de lo rural hasta insertarse en lo urbano; ante la mirada renuente, en la mayoría de los casos, de las grandes urbes y pueblos grandes, donde esta música logró construir una cobertura regional, nacional e internacional.
Vale la pena decantar los tiempos que ha vivido el folclor vallenato, partiendo de lo hoy clásico, cuya labor campesina sustentada en el dualismo del feudo y lo moderno, con una forma y contenido más elaborado, para estar hoy, en una estructuración posmoderna, con todo un lenguaje citadino, que nos puede llevar a analizar el papel desarrollado por las casas disqueras como gestoras de una industria cultural, que transforman y divulgan un lenguaje rural en sus inicios, hoy más universal.
En este proceso podemos encontrar elementos atomizados y libertarios de nuestras raíces musicales, que nos pueden ayudar a encontrar las estrategias para tratar con equidad el género musical literario que encierra el vallenato, a través de unas construcciones en las que se deben valorar los sueños, propósitos, autonomía, equilibrio; en el aporte del hombre frente a la labor que desarrollan mujeres, jóvenes, ancianos y niños.
Es de carácter urgente que las ciencias humanas, a través de la antropología y la sociología, nos lleven a tesis y teorías que sustenten investigaciones científicas del objeto de estudio (folclor vallenato). Es determinante reinterpretar nuestro territorio, desde una perspectiva colonial, y plantearnos preguntas como, ¿somos punto intermedio entre dos civilizaciones como la Azteca y la Inca? Y por supuesto, nuevas interpretaciones alejadas del eurocentrismo y más cercanas al indigenismo latinoamericano que permitan una corriente de pensamiento propio con nuevos conceptos y categorías sociales.
Se necesita contar la historia social y la cultura popular para encontrar los aportes de la antropología histórica, cuya narrativa de pensamiento y epistemologías, puede darnos luces para comprender lo que significa una leyenda blanca enfrentada a una leyenda negra e introducir las preguntas, ¿cómo se han construido los posibles rasgos del blanqueamiento en la expresión musical vallenata? y encontrar ¿qué tanto hay de tropicalización en nuestra música? y cuánto incidió el puerto de Riohacha y la construcción del canal de Panamá, en la introducción del acordeón a nuestro territorio y los aportes de otras culturas externas en nuestra música.
Es pertinente hacer un análisis del discurso de la incidencia del listado de éxitos en la construcción de imaginarios y representaciones colectivas, además comprender mejor el tema de las fusiones como una apertura o degradación del vallenato. Mirar con ojo crítico la función de la televisión como instrumento audiovisuales, casos específicos, Jorge Barón TV, series como el Siete Mujeres, Escalona, Alejo, La Costeña y el Cachaco, Rafael Orozco y Diomedes Díaz, productos mediáticos válidos o no, para crear o mostrar paradigmas de nuestra identidad cultural musical.
Es necesario destacar que el vallenato en su aspecto musical está determinado por su lugar en el sistema actual y no por el significado que tenía en su cultura original. Es urgente ver dos casos específicos, cuya función hay que resaltar, como el caso del Festival de la Leyenda Vallenata y los diversos juglares, cuyo blanqueamiento, ascenso social e instrumentalización de la ancestralidad que hace tránsito para luego convertirlos en símbolos nacionales, y ha conllevado a que el folclor vernáculo del Magdalena grande se haya transformado en la expresión representativa de un País como el nuestro en el que encontraremos todo el proceso pluricultural que se enfrenta a la mercantilización.
La música vallenata como producto, antes y después de su industrialización, genera de manera evidente, hoy más que antes, grandes muestras monorrítmicas y monotemáticas que terminan generando productos ‘desechables’ y efímeros, en donde nuestra música se enfrenta al capitalismo salvaje, modelos neoliberales, contrabando, cultura ‘traqueta’ en donde el lenguaje y mensaje están sujetos a un sistema hegemónico. Las muestras permiten encontrar una relación entre el cantor que actúa a manera de emisor, cuyo destinatario es mediático y difuso, creando un universo totalitario en nuestra música, en donde el saludo arrancó con grandes visos afectivos, amistosos y terminó consolidando el aspecto puramente comercial.
Es urgente conocer las investigaciones desarrolladas por antropólogos y sociólogos
Planteo hacer análisis comparativos entre Richard Clayderman y Ludwig Van Beethoven, Charly García y el rock en español, los aportes de Astor Piazolla al tango y el recorrido de Carlos Gardel. El aporte de Antonio María Peñalosa en la formación de la lectura y escritura en el vallenato, frente a la permanente oralidad, que sustenta el analfabetismo y estado ágrafo que sigue inmersa en nuestra música.
Vale la pena mirar temas puntuales en la construcción del vallenato, como es el caso del amor, desamor, vida y muerte, religioso y profano, el color, el humanismo y la herejía. La industria del vallenato como música a través de una imagen, que nos lleva a lograr que el juego de espejos sea de ellos y no de nosotros, lo simbólico y lo estético, la división del trabajo y la lucha de clases mediante lo proletario de nuestros instrumentos y ciertos cantos, las relaciones sociales en el análisis de la cultura vallenata que por tradición recibimos, en donde su territorio y sociedad, la música y su baile, pueda ser representada por una fiesta o una parranda.
Para comprender mejor todo el tema de migración y cultura, al igual que las consecuencias del aislamiento de la cultura vallenata, a principios del siglo XIX y el nexo geográfico de samarios, guajiros y valduparenses que permite encontrar como la tradición en el territorio del alma no se pierde y logra perdurar. Para ello, es importante lograr una apertura en la mirada que se tenga, tanto de la leyenda rural como de la urbana. Percibir las diversas propuestas de nuestra música, en lo que tiene que ver con los procesos migratorios, marginales y violentos, que nos lleve a reflexionar sobre la aprehensión de lo visto frente a lo sentido, cuya cosmovisión llena de ritualidades e imaginarios, debe construir una movilidad en la población frente a como se masifica nuestra música, lo que debe dar como resultado, las diversas redes y rutas culturales para hacer uso de la ciencia y la tecnología y lograr que la acción de investigar, conversar y jugar, estén entrelazadas y sean características en común. Esto debe aportarle al conocimiento los nuevos paradigmas en el vallenato, en consecuencia generar nuevos presupuestos, en donde la investigación debe ser a partir de nuevas metodologías, ojalá propias que oriente el conocimiento propio, y tomar distancia de los formalismos del eurocentrismo heredado y así producir otras formas de conocimiento.
Es posible concluir que el vallenato urbano no es ausencia del vallenato rural, sino la ‘trabazón’ que existe entre la mirada de lo moderno y lo arcaico, que es lo mismo que se da en lo feudal y el capitalismo, el paso del sistema de hacienda a la contemporaneidad, y que la cultura expuesta por la nueva generación considerada ‘anti vallenata’, al final tendrá que mirar hacia un ‘vallenato alternativo’ como un nuevo desafío, mientras tanto, no está demás advertir que nos preocupa la tímida mirada moral hacia la nueva generación. Es necesario crear un espíritu aperturista. Hay que investigar lo que hace esta nueva generación para conocerla y controvertirla; de lo contrario no tiene sentido hablar mal de ella, sin tener elementos profundos.
Si analizamos los elementos antecesores a la construcción de sus ritmos y danzas, a la incorporación de nuevos instrumentos y a la insertación de ritmos que no son vallenatos dentro de un producto que lo es, encontramos que los rastros de los primeros están inmersos y no se han despegado de ese sentir. Si lo dudan, toquen un chicote y pónganlo luego más lento y verán que termina siendo un son. En la segunda hipótesis, si cogen una ocarina y un carrizo, y lo ejecutan con nuestros ritmos ya establecidos, verán que ese sonido está ahí al pasarlo al acordeón de una, dos y tres hileras, por una sencilla razón, el hombre creador no se ha marchado, está plegado a su tradición. Lo que ha cambiado es el sonido, su visión comercial y su nueva forma de decirlo y hacerlo. Y en la tercera aseveración, no hay que olvidar, el sentido creativo de nuestros músicos no está sujeto a un encasillamiento, para dedicarse a trabajar en los cuatro ritmos como lo son el paseo, merengue, son y puya, sino que puede producir otros ritmos, que son hermanos de los anteriormente citados.
El vallenato está vivo como un grito libertario de nuestros indígenas en sus diversos entornos, como el negro con sus dancísticas de pasos agigantados y el mestizo que carga veinte o más mezclas, para hacer con todos ellos, una música que nos debe servir de orgullo, la cual entrelazadas con las muestras que tiene la patria, nos debe enseñar siempre, que es un deber la defensa de cada una de ellas.
Unos dirán, “el vallenato es como un muchacho que se nos salió de las manos”, otros, que “es bueno que nuestro vallenato camine y se entrelace con otras músicas de la patria y el mundo”. Al final, creo que es bueno dejar que los sentidos, en especial el de la vista y el oído hagan su labor. Nada de orejeras y posturas de egos que alejan la discusión, entre cada uno de los tiempos que ha tenido y tendrá el vallenato, una música que ratifica lo diversa y pluricultural que es como sus gestores.
Félix Carrillo Hinojosa