Para que un candidato (a) llegue a triunfar a la aspiración que visiona, bien sea gobernador, alcalde, diputado, concejal o edil, debe estar revestido de liderazgo, poder de convocatoria; ser un líder con carisma y aceptación social, con una retórica versátil y talentosa, sin incurrir en demagogia populista; además, con un espíritu emprendedor, perseverante e inquebrantable; en sus momentos ser tolerantes, conciliador presto a servir a los demás, pensando siempre en el servicio colectivo y no en lo personal y lo más importante adquirir actualización académica e intelectual, para estar preparado y formado en materia de conocimientos ajustados a la ley y demás normativas para que de esta forma pueda convertiste en motor de desarrollo para su comunidad.
Para nadie es desconocido que en este y todos los debates de carácter político electoral, la mayoría de los candidatos a excepción de pocos van con intereses personales; muy pocos son la excepción, los motiva un compromiso de carácter ético y social, en aras de cambiar los destinos de sus golpeadas y lastimadas comunidades.
El buen político al igual que el destacado profesor o docente (gran labor y responsabilidad tiene), debe tener visión y vocación para el ejercicio de su misión; sintonizarse con las necesidades e inquietudes de la gente; tener una proyección que supere la coyuntura actual, para vencer el más duro de los obstáculos: La corrupción. Por desgracia el pueblo colombiano no está preparado para desarraigar las artimañas y triquiñuelas que en forma soterrada arman los candidatos dentro de una politiquería, en la cual ofrecen a diestra y siniestra en sus programas de gobierno hasta lo imposible; se observan ofertas salidas del marco de la realidad, engañando de esta forma a incautos ciudadanos que son a la postre el constituyente primario, el motor de la democracia y lo peor del caso, que por mucho que se hable de política vanguardista, de defensa de derechos, de intervención de entes de control y fiscalización, lo cierto es que eso no es más que retórica.
En este contexto se suman razones para afirmar que nuestra democracia está muy cruda todavía; por eso se hace exigible que la academia y demás sectores progresistas de la sociedad se unan entorno a la imperiosa necesidad de crear expectativas que eleven el sentido de pertenencia y autoestima entre los ciudadanos para lograr despertar de este frio y largo letargo. Mujeres y hombres estamos obligados sin rodeos a despertar y ejercer cuando antes como constructores reales de ciudad y país.
Si queremos un verdadero cambio, debemos votar a conciencia, sin que nadie nos presione; que nuestro voto sea libre y espontáneo por el ciudadano que presente la mejor propuesta y que encierre los mejores enunciados para el bienestar social de la comunidad. No es lógico como un candidato cambia de la noche a la mañana y en un marco de falsas personalidades, esto lo decimos porque hoy los candidatos son amables con Raimundo y todo el mundo, pero cuando llegan al triunfo de aspiración, no conocen a nadie; canallas.