Conocí a Iván Villazón, una de esas tardes friolentas del mes de mayo del año 1975, había una reunión política en el apartamento del exministro Carlos Martínez Simahán, situado en el norte de la ciudad de Bogotá. Iván tendría algunos 16 años de edad y yo aún no había cumplido los 20, apenas comenzaba a estudiar mi carrera de Arquitectura.
El doctor Crispín Villazón de Armas, su padre, estaba en esa reunión, la cual se prolongó hasta bien entrada la tarde, era una junta de senadores liberales y conservadores que hacían parte de la coalición política que respaldaba unos proyectos de ley, que había presentado esa semana el presidente López a consideración del Congreso de la República.
Mientras ellos estaban encerrados herméticamente en un salón privado discutiendo sus asuntos políticos, “la muchachera”, como jocosamente alguien nos bautizó esa tarde a un grupo de amigos y amantes de la música sabanera y vallenata, que habíamos llegado también al apartamento del doctor Martínez Simahán a amenizar el evento, tuvimos que quedarnos apostados por un largo rato en la terraza social del edificio, desesperados por comenzar la parranda que se había programado para el cierre de la reunión que tenían los parlamentarios.
Ese día Iván no cantó, pues además de ser un muchacho todavía muy joven, alguien nos contó que el doctor Crispín le controlaba las andanzas parranderas para que no se distrajera en cosas distintas a su estudio. Una vez terminó la celebración vallenata con los políticos, Poncho Campo Soto (q. e. p. d.), a quien yo había conocido hacía unos meses en la oficina del senador J. Emilio Valderrama, nos invitó a varios de los muchachos que estábamos presentes, incluyendo a Iván Villazón, a su lugar de residencia en el edificio Sabana, carrera 4 con calle 19 apartamento 1402.
Ahí conocí a Edgardo Maya Villazón, Jorge Luis Oñate, Jaime Daza Almendrales, Carlitos Quintero, Iván Daza, Alfredo Cuello, Luis Mariano Murgas y otro montón de vallenatos que me presentaron ese día mis paisanos Olimpo Oliver y Gabriel de la Ossa, quiénes vivían también en el mismo apartamento.
A pesar del esfuerzo que hizo Poncho Campo esa tarde por atendernos, nos quedamos solo con las ganas de continuar la parranda, pues cuál sería nuestra sorpresa cuando de pronto lo vimos aparecer con la cara triste y apenada, pidiéndonos excusas porque Eduardo Campo, su hermano, y mi paisano y amigo Gabriel “Bayo” Espinosa, sus compañeros en el edificio Sabana, estaban preparando un examen parcial con Andrés Pastrana, quien estudiaba con ellos en la facultad de Derecho de la Universidad del Rosario.
Volví a encontrarme con Iván en el año 1982, ya él estudiaba Derecho en la Universidad Externado de Colombia. Las campañas políticas estaban en pleno apogeo y los candidatos con más fuerza eran Belisario Betancourt, Alfonso López y Luis Carlos Galán. Ese día había dos reuniones simultáneas en la carrera tercera del centro de Bogotá, recuerdo que Consuelo Araujo era la coordinadora del comando político de Alfonso López, el cual pasaba lleno de gente vallenata que estudiaba y trabajaba en la capital. Fue siempre un comando alegre donde nunca faltaron los acordes de esa bella música. Poncho Campo, me invitó a una manifestación política con Belisario Betancourt y una vez se terminó, nos fuimos para la Media Torta, un escenario al aire libre que quedaba a pocas cuadras del sitio donde nos encontrábamos.
¡Vamos te invito a ver al hijo de Crispín Villazón! me dijo Poncho al instante. ¡Es un muchacho que canta muy bien!, me volvió a decir. Acepté complacido su invitación, pues no quería perderme del debut con su nuevo acordeonero, un muchachito de escasos 15 años de edad, era nada más y nada menos que Gonzalo Arturo “Cocha” Molina. Posteriormente, han desfilado por su grupo, los mejores acordeoneros, habiendo sido la mayoría, reyes del Festival de La Leyenda Vallenata, tales como Pangue Maestre, Chiche Martínez, Beto Villa, Franco Argüelles, Iván Zuleta, Saúl Lallemand, Tuto López, Wilber Mendoza y Chema Ramos.
Hoy todos son unos gigantes del folclor Vallenato y han brillado desde cada una de sus orillas, catapultándose como los más grandes exponentes de nuestra música. Hablar de la obra de Iván Villazón, es sumergirse en un ambiente de historias macondianas interpretadas por los mejores acordeoneros y cantadas magistralmente con su voz tenor, para incrustarse luego en el corazón y en el alma de un pueblo vallenato, que ha cantado con él en esas apacibles tardes de invierno y de verano.
Cuenta el homenajeado, que literalmente por un amor, se atrevió a amanecer con el primo Nando, cargando una manta en el hombro y pidiendo a gritos que siguiera la fiesta. Recordó a Evangelina cuando estuvo enamorado de ella, y amparado en la sombra sagrada de la Virgen del Valle, con lágrimas en los ojos, ofrendó en su altar un ramillete de rosas rojas por su novia querida. Obnubilado con los preciosos colores de los arcoíris, veía como nacían en la Nevada frente a Valledupar y se escondían después de cada aguacero en las fértiles sabanas cerquita de Patillal, disfrutando el ambiente fresco y propicio, para que cientos de golondrinas mostraran después, el bello espectáculo de salir alegres y garbosas a jugar con el sol.
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Las noticias de un mundo al revés, fueron y regresaron en una nube rosada que le trajo los recuerdos de Alicia y lleno de entusiasmo, cantó alegre ‘Los sabores del porro’, ‘Vallenatiando’, ‘El gallo fino’, ‘La despedida’, ‘Anhelos’, ‘Condolete’ y ‘La pimientica’. Afirmó una y mil veces que Escalona aún vive en el folclor y acompañado por Marina Quintero y los acordes musicales de la Banda Sinfónica de la Universidad de Antioquia, bajo la sombra de La Ceiba de Villanueva, cantaron a dúo ‘El arcoíris’. Fue tan magistral la interpretación de la obra, que logró hacerle caer la gota fría a los incrédulos y enemigos de la universalización de la música vallenata.
Hoy Villazón cabalgando sobre el lomo de un centauro, prefiere vivir un Mundo Real y erigirse como un cantor de primer orden y un poeta que cualquier historia la vuelve canción.
Por Faustino de la Ossa.