“Plantados en la casa del Señor, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes”. Salmos 92,13-14
Los que estén plantados en la casa del Señor: ¡Florecerán!
Esta promesa no es para aquellos que miran de lejos o que asisten de vez en cuando, sino para los que han echado raíces en la iglesia del Señor. Cabe entonces la pregunta: ¿Cuan profundas son sus raíces en la iglesia? ¿De cuántas iglesias has sido desarraigado?
El deseo de Dios es que florezcamos. Que tengamos una vida abundante que lleve fruto. De donde podemos inferir que, si no estamos teniendo ese tipo de vida floreciente es porque no estamos plantados en una iglesia como comunidad terapéutica que nos acepta, nos sana, nos corrige y nos ayuda a crecer como personas. La promesa va más allá, se extiende hasta la vejez, en donde promete que estaremos vigorosos y verdes, como un árbol robusto que conserva su verdor, llenos de vida, llenos de la sabia de Dios.
Allí en esa etapa difícil de la vida, tendremos fruto, como los gigantescos mangos del Valle, que continúan dando frutos. La ancianidad está repleta de pesares físicos por los dolores que aquejan, también emocionales por recordar aquellas heridas que aún no sanan en nuestra memoria y que nos impiden ser florecientes. Lo contrario, somos quejones, refunfuñones y amargados. La promesa de Dios es que aun en nuestra vejez podemos tener una vida fructífera, una vida que valió la pena vivir, una vida bendecida que nos da autoridad para bendecir a otros. Esto me lleva a hacer dos actualizaciones: La primera es acerca del liderazgo de la iglesia. ¿Cómo estamos ayudando a que las personas de nuestras congregaciones florezcan? ¿Qué puedo hacer para ayudarlos a florecer? Tenemos la palabra profética más segura, la Palabra de Dios que hace la obra de animar, y transformar vidas. No es solamente simpatizar con los feligreses, sino hay que ayudarles a sanar sus heridas y a que echen raíces en la casa del Señor.
Que estén plantados en su iglesia. El trabajo pastoral es precisamente ayudar a la gente a florecer, ya que la Palabra de Dios hace la obra, nuestra principal misión es enseñar su palabra. Nadie nos debe nada, lo que hacemos es por amor a Dios, es un privilegio enseñar su Palabra y ver cómo cambia la vida de las personas. La segunda actualización tiene que ver con nosotros como miembros de un colectivo mayor que nos envuelve. La alta movilidad cambiando de iglesia en iglesia o de parroquia en parroquia hace que los ministros, a veces, tengamos dificultad para darnos cuenta de cuándo se van. ¿Por qué? Porque no tenían raíces. Mientras que, hay ocasiones en que las personas cuando se van hacen falta y dejan un vacío muy grande porque tenían raíces profundas. Querido amigo lector: ¡Eche raíces en su iglesia! ¡No se vaya y no se deje sacar! Hay promesa de bendición: floreceremos como la palmera, seremos vigorosos y verdes y aun en la vejez daremos fruto. Seamos fieles, participemos activamente, sometámonos a la autoridad de su iglesia, no murmuremos y más allá del liderazgo pastoral, plantémonos en la casa del Señor. Un abrazo y muchas bendiciones.