X

Vidas de Francisquillo El Vallenato (Parte II)

Así quedaron las casas en 1580 cuando el pueblo fue quemado por los indígenas Tupes.

Estando en el año 1538 el gobernador interino Jerónimo de Lebrón envió cuatro embarcaciones para castigar a Guataca, pero la expedición no dio resultado. Francisquillo logró huir.

En el año de 1540 estaban de regreso de Bogotá para llegar a Cartagena, y de allí a España, los tres primeros fundadores de la ciudad de Bogotá. Eran ellos Gonzalo Jiménez de Quezada, Sebastián de Belalcázar y Nicolás de Federman; con este regreso esperaban que el rey de España dirimiera la reyerta que había entre ellos.

Alonso Jeque o cacique Guataca permanecía alerta, y reinició el ataque, y los perturbaba en todo momento. Ellos por fin llegan a Malambo y después a Cartagena.

El gobernador encargado Jerónimo de Lebrón resentido contra Quezada porque este no fue a su encuentro, parte en 1541 rumbo a Bogotá, por la misma ruta de Quezada, este trae las primeras mujeres españolas al Nuevo Reino de Granada, entre ellas la esposa de Francisco Henríquez, quien fue raptada por los indígenas Malibues del Banco, y es con esto que se inicia el mestizaje; viajaba con ellos el poeta Lorenzo Martín, el fundador de Tamalameque en 1544.

Pero las tamboras y caracoles de Alonso El jeque suenan a lo largo del río Magdalena, acompañados de columnas de humo con su clave escondida. Miles de indios emplumados se aprestan al combate, y el cielo se cubre de dardos. La lucha es inhumana.

De los caños suben escuadrones de canoas veloces que hacen piruetas en torno a los españoles; los arcos, las lanzas de chonta, las hondas, las macanas de guayacán, el polvo de ají, el tenebroso vocerío, el zumbido de las trompetas de balso, se miden con los arcabuces españoles.

La infantería se abre paso hasta Tamalameque a pesar de los asaltos de las guerrillas escondidas en los bosques por Alonso Jeque.

En la tierra no radica el poderío guerrero de los indios pues están perdidos frente a los caballos y a los perros amaestrados, pero en el agua en cambio son artistas que manejan las canoas con tres tripulantes: dos canaleteando y el otro haciendo puntería con el arco en los muslos de los españoles que estaban descubiertos.

Así era Valledupar en el año de 1580 cuando fue quemada por los indígenas Tupes

Cerca de la Tora (Barrancabermeja), se libra un sangriento combate; los conquistadores se meten a una ranchería y los indios la incendian por los cuatro costados, y el soldado que lleva los barriles de pólvora estalla con ellos y salta en pedazos por los aires, los dos bandos quedan sorprendidos, los españoles se rehacen de inmediato, rodean a los enemigos y llevan a cabo una espantosa degollina, y no queda un solo indígena para echar el cuento.

Pero los dioses nativos se vengaron: enviaron la peste y el hambre. Fue cuando los españoles tuvieron que comerse muchos grillos y langostas; uno de ellos compró siete ratones que encontró enjaulados.

Mientras que Gerónimo De Lebrón sube la cordillera, el nuevo gobernador Alonso Luis Fernández de Lugo arriba en el cabo de la vela acompañado de muchas vacas, salen por tierra sus ganados y doscientos soldados de infantería, atraviesan la Guajira, el río Ranchería y el Cesar y acampan en el Paso del Adelantado, donde se pierden algunas vacas.

Los reñidos encuentros se repiten, y a Alonso Luis De Lugo le toca enfrentarse con muchos indígenas dirigidos por un joven caudillo de 29 años adiestrado por el Jeque Alonso quien se encargaba del río Magdalena.

Francisquillo ordena no matar a los prisioneros para que sirvieran de rescate; la persecución que le hizo a Fernández de Lugo fue persistente: a la flecha envenenada puede añadirse la utilización de gases. Se lanzaron columnas de humo producidas por maderas verdes quemadas, o el sahumerio de ají y pimienta quemada contra el invasor; este sahumerio tenía la ventaja de producir quemazón en los ojos. El ají bajo la forma de polvo molido, lo arrojaban a los rostros de los españoles ocasionando un intenso estornudo; con esto se pretendía que el soldado español apartara su escudo o defensa y así quedaba descubierto y desprotegido, y se convertía en un gran blanco para las flechas indígenas.

Los indígenas tenían sus reglas como pelear con el enemigo dándole las mismas oportunidades que ellos tenían. Para los invasores esta guerra era de exterminio. Los para la victoria; los españoles no entendían este comportamiento: al verlos que se acercaban a ellos con sus canoas en señal de paz, les dejaban comida y partían luego, para después atacarlos.

El cronista Fray Pedro Simón les preguntó que por qué les hacían la guerra después de haberles dado la comida, y Francisquillo respondió: “Esto lo hacemos por ser una cobardía pelear con gente hambrienta, pues así se puede decir si quedan vencidos, que los venció el hambre y no la valentía del enemigo”, esto es un concepto de honor.

GUERREROS INDÍGENAS COMBATEN A LOS CONQUISTADORES EN EL MAGDALENA

La llegada de las flotas al Banco es dramática, y Alonso Jeque y Francisquillo dirigen juntos la batalla. Miles de canoas y flecheros atacan hasta entrar la noche, las numerosas bajas españolas los hacen pensar que deberían volverse a Santa Marta, aflora el desaliento y don Alonso Luis declara abierto un cabildo para que cada cual expresara lo que sentía y pensara; en ese momento nace allí la democracia entre ellos. 

 De la comisión sólo regresan dos en una balsa con la noticia de que habían descubierto un pueblo lleno de oro y esmeraldas; mientras tanto el hambre avanza y llegan a comerse las velas de cebo, y deciden regresar a Santa Marta.

Pero sucede algo inesperado: un negro llamado Gasparillo ofrece a cambio de su libertad, que lo dejen ser el guía del camino para llegar a Bogotá ya que él lo conocía desde cuando había subido a ese lugar con el gobernador Jerónimo de Lebrón; la tripulación se asombra al oírlo y todos aplauden y deciden seguirlo. ¡Es la primera vez que las manos de un negro se unen a las de un blanco!

Gasparillo les ilumina el camino y ríe por dentro cuando lo tratan con todo el respeto llamándolo “vuestra merced”.   Así pudo llegar don Alonso Luis de Lugo al Nuevo reino de Granada.  Año de 1580.

En este zaguán del convento de Santo Domingo, que aún existe, donde funciona Corfimujer, pelearon los indígenas tupes con los sacerdotes dominicos cuerpo a cuerpo.

Ya Francisquillo El Vallenato contaba con 67 años y ahora era llamado Don Francisco, temido y respetado por todos, su hija llamada Francisca, también india tupe, estaba casada con el tupe Gregorio y los tres trabajaban en el hogar del español Antonio Pereira casado con Ana de la Peña, quienes vivían en lo que es hoy la plaza Alfonso López, y tenían su encomienda, algo así como su finca, en el pueblo de la Paz, a orillas del Río Pereira, donde el capataz era un indio yukpa enano, llamado Perotiva (el sufijo ‘tiva’ en el idioma Caribe significa enano).

Cualquier día a la india Francisca se le escapó en el río una mantilla de su patrona, y toda temerosa le comunicó el incidente, ésta que ya la celaba con su marido por lo hermosa que era, la golpeó fuertemente causándole heridas y por último le cortó el cabello para humillarla, en castigo. La India le comunicó la agresión a su esposo Gregorio y por la noche ambos huyeron a los pueblos de La Paz, San Diego y el Tupe donde vivían sus familiares, a quienes contaron el agravio. 

Leamos lo que nos dice el cronista Juan de Castellanos:

“Antonio de Pereira era casado, y según dicen con mujer celosa (…) quien vivía con cuidado de la Francisca, india hermosa, a quien  por ventura y sin haber pecado, con azotes hirió sus miembros bellos y trasquilole todos los cabellos… Francisca puso los ojos en venganza de ella y para verla cumplida, al Gregorio preséntale querella, y ambos se fueron a los Tupes sus parientes, movidos de estos locos accidentes” (Juan de Castellanos. “Elegías de Varones Ilustres de Indias”, segunda parte, canto primero).

ATAQUE Y DESTRUCCIÓN DEL PUEBLO DE VALLEDUPAR POR LOS TUPES

Se reunieron entonces los caciques Tupes Curunaimo, Quiriaimo, y Coro Ponaimo, y al oír la afrenta juraron vengar esta humillación; para ello alistan sus ejércitos y atacan a medianoche al pueblecito pajizo de Valledupar, y entrando por las cuatro esquinas de la Plaza lo queman totalmente, con flechas incendiarias, se roban los ornamentos de la iglesia y mueren los españoles sorprendidos en su sueño, ardiendo cientos de ellos. Leamos al cronista Juan de Castellanos:

 “Venían caciquejos 6 o 7, que fueron con los Tupes en consejo: Orva, Alonso, Cuoque e Ichopete, Pericote y un Juan Cabellejo” (Elegías de Varones  Ilustres, Castellanos, 1580).

No queda una sola casa española en pie, maltratan ferozmente a las mujeres, les arrancan los senos, los dedos y las orejas para vengar en ellas el honor pisoteado de los indios tupes, por los esposos españoles.  Leamos lo que nos dice el cronista Juan de Castellano:

Vieron su triste fin en la pelea,

Partidas sus cabezas con macana, 

la bella doña Giomar de Urrea

y Doña Beatriz su cara hermana; 

este mismo rigor mortal se emplea

en otra principal dicha Doña Ana,

Doña Ana de Aníbal digo que era,

Que el pecho más feroz enterneciera.

Isabel de Briones quedó manca,

De vida temporal y en dura tierra

El arroyo de sangre no se estanca

Del cuerpo bello de María Becerra

Cayó la varonil Elvira Franca,

Ana Ruiz del mundo se destierra,

Ana Fernández en escondidrijos,

La vida concluyó con sus dos hijos.   (Idem).

Lo único que no ardió fue el convento de Santo Domingo por ser la única construcción hecha con adobes y tejas de barro, ubicado donde hoy está Corfimujer.

“Pero nunca Francisca por asecho,

Se pudo descubrir, ni su marido,

Ni Don Francisco bárbaro ladino,

No menos atrevido que maligno”, Idem.

“Pero los Tupes de este territorio,

Mirando lo que cada cual arrisca (arriesga)

Y el daño recibido ya notorio, 

Cuyo principio vino de Francisca, 

Y del indio Francisco y del Gregorio,

Principales cabezas de la trisca (pelea)

Andaban por quebrar allí sus sañas (odios)

Y ver que color tienen sus entrañas (verlos muertos)”

(Elegías de Varones  Ilustres, Castellanos, 1580).

EJECUCIÓN DE FRANCISCA Y GREGORIO EN EL CERRO BUTSINORRUA

Don Francisco (antiguo Francisquillo), su hija Francisca y el marido Gregorio, se van a esconder a la Sierra Nevada entre la etnia arhuaca, pero ellos temerosos y algo distanciados de los Tupes,  los entregan a la autoridad española, que decide llevarlos a la horca situada en lo alto del cerro que hoy denominan “de la Popa”, y que para los indígenas arhuacos era el cerro Butsinorrua, lugar de pagamento sagrado, donde ellos hacían ofrendas para que siempre hubiera paz dentro de su comunidad. 

En lo alto del cerro se practica el juicio y la ejecución.

Pasan primero a la horca a la india Francisca, pero Gregorio su esposo se opone y expresa que no quiere tener dos muertes: la primera de ver morir a su compañera amada y la segunda la de pensar en su misma muerte. Así que les pide que lo ejecuten a él primero y así se cumple.  

La ubicación de la horca en el cerro, que fue ubicada en la segunda fundación de la ciudad en 1550, rompió el significado de paz que el cerro tenía para los indígenas, y como una paradoja hoy en día funcionan allí las prácticas militares del batallón la Popa.

Así acabó la vida del más grande líder de la cultura tupe y también la de Guataca,  líder de la cultura Pacabuey, junto con ellos fue destruida y desolada la primera población española fundada en el Valle de Upar. 

El gobernador se Santa Marta Lope de Orozco, enterado del hecho, ordenó construir una muralla alrededor del pueblo destruido y quemado, de 6 tapias de alto, con una garita que miraba hacia el sur, punto cardinal de donde venían los indígenas los Tupes. 

Lope de Orozco como gobernador de Santa Marta ordenó reconstruir la ciudad con tejas de barro y paredes de adobe, para evitar futuros incendios; los pocos españoles que quedaron vivos se metieron en ellas, quedando la ciudad con pocos habitantes durante varios años. 

Hoy en día queda la memoria de esta época (1580) en la casa llamada “Compae Chipuco”, en la plaza Alfonso López, siendo la más antigua de Valledupar, su techo es tan bajo que se puede tocar con las manos por los lados del patio; evidencia de esto lo encontramos en la relación de 1578 ordenada por el rey Felipe Segundo, donde los habitantes de Valledupar expresan que los techos de las casas eran muy bajitos, para que el viento no se los llevara; todos los demás techos de las casas de la Plaza son altos, porque corresponden a esa arquitectura de 1700 en adelante, menos la del balcón de los maestre que es de 1802. De la garita y la muralla construidas, solo permanece el nombre de una cuadra ubicada entre las carreras 5 y 6 llamada calle de “La Garita”,  que comprende la manzana ubicada detrás del supermercado Éxito, en el antiguo barrio El Cerezo.

Crónica de Ruth Ariza Cotes.

Categories: El Vallenato
Periodista: