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Vida Abundante

Por Valerio Mejía Araújo
 
En la década de los treinta, en el hotel Edgewater Beach en Chicago, se celebró una reunión entre los ocho más exitosos financistas del mundo.
 
Sin embargo, su prodigiosa riqueza se esfumó para los siguientes años: Uno, murió en la quiebra viviendo con dinero prestado los últimos años de su vida.
 
Otro, fugitivo de la justicia y empobrecido fuera de su país. Otro, murió enfermo siendo aún muy joven. Dos más fueron encarcelados, uno murió allí y el otro obtuvo perdón para ir a morir a su casa.
 
Y Finalmente, tres de ellos se suicidaron llenos de amargura y remordimientos. Todos estos hombres habían aprendido bien el arte de hacer dinero, pero ninguno había aprendido a vivir. 
 
Tres desenfoques nos son comunes y obstaculizan la alegría de vivir: El primero es el esfuerzo que hacemos por alcanzar aquellas cosas que no perduran.
 
Los signos de distinción más comunes son: Los alimentos, el vestido y las posesiones. ¡Todo ello perecedero! Cuando nos concentramos en las cosas materiales que se deterioran y se oxidan con el tiempo, nos estamos engañando a nosotros mismos.
 
“No nos hagamos tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan; sino hagamos tesoros en el cielo… porque donde esté nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón”. “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
 
El segundo, es el esfuerzo por alcanzar aquellas cosas que al final, no llegan a satisfacernos. Trabajamos hoy por las cosas que nos harán felices y confortables, pero por alguna razón, nunca nos sentimos satisfechos; y si encontramos alguna satisfacción, es temporal y pasajera.
 
Y la falta de satisfacción, nos conduce a la codicia; y la codicia, directamente a la frustración. San Agustín, afirmaba: “¡Nos creaste para ti, oh Dios; y nuestro corazón andará en insatisfacción y desasosiego hasta que descanse en ti!”. Pascal, decía: “En el corazón de todo hombre existe un vació con la figura de Dios. No puede ser llenado por nada, sino por Dios mismo a través de Jesús”.  
 
El tercero, es el enfoque en las cosas y no en las personas. Nuestro esfuerzo es por las cosas y no por las personas. Debemos aprender a usar las cosas para nuestro beneficio personal, y a amar y servir a las personas. Casi siempre, hacemos lo contrario: Amamos las cosas y usamos las personas.
 
Esto oscurece no solo nuestro amor, sino también nuestro sentido de justicia y el sentido de misión y de destino que debe enmarcar nuestra existencia. Amar y servir, como lo pregonaba san Ignacio, deben ser los dos rieles sobre los cuales transite nuestra vida.    
 
Queridos amigos lectores, Dios se preocupa por su pueblo y desea que seamos felices, desea que nos sintamos cómodos y disfrutemos de aquellas cosas que se nos han confiado; pero mirando siempre hacia arriba, puesto los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe. 
 
Te mando un abrazo y muchas bendiciones del Señor…
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