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Víctor H. Albis, poeta de América

Imagen de referencia.

Debo confesar que después de conocer más a Sincelejo comprendí que allí hay una vocación literaria de la edad de sus cimientos.

Cuando en otros tiempos, desde Cartagena (que fue vórtice de muchas cosas, como de la trata negrera, de concentración portuaria de soldados y viajeros, de mercaderes y aventureros, de catecismo y erudición), se inició la incursión en búsqueda de tierras, litoral adentro, para asentamientos de pueblos y haciendas. Con el hacha del finquero se fue hacia las sabanas la copla romancera y la prosa ilustre de los grandes de España, de Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, Luis de León, Ercilla y otros.

Comprendí más claro que la literatura como la historia de ese país se ramifica con continuidad y vigencia propia en América. Sólo que aquí los hechos y formas toman dimensiones nuevas pero con una misma médula de origen.

No de otra forma, explicaríamos la floración en el cultivo de las letras en las sabanas de Sucre y del norte de Colombia, en donde ha habido exponentes como Andrés Valverde, Filadelfo Ureta, Adolfo Martá, Eva Nerbel, Pompeyo Molina, Blanco Támara, Camilo Torres Fernández, Neftalí y Agustín Gómez Cáceres, Eugenio Quintero Acosta y, entre los nuevos, mi condiscípulo de derecho en Bogotá, Humberto Vélez Coronado.

Ellos matizan la prosa y el verso hispano con todas las realidades de nuestra revuelta e híbrida sociedad indiana porque leyendo a estos autores también se adivina el golpeteo del tambor negro marcando su isocronía de ecos de fatalidad y el carrizo indígena desvaneciendo su lloro en la espesura de los montes. Son ellos lo que somos, mixtura de pueblos, amasijo del mundo.

Para ser poeta, músico o escritor en América se necesita ser multifacético y ecuménico.

En lo que toca a Víctor H. Albis, en particular, tengo para decir que lo conocí una noche de octubre en Sincelejo, a donde habíamos ido para el cumplimiento de un compromiso de familia. El día anterior presenciamos la imposición de la medalla Mariscal Sucre que le otorgaban al hijo de su mismo nombre, Víctor Albis González, doctorado en la Universidad de Colorado en matemáticas puras.

Esta máxima condecoración obedecía al brillante desempeño como rector que había sido del claustro universitario del lugar por convenio y cesión que de él hiciera mi Universidad Nacional para estructurar el alma mater del novel departamento de Sucre, en ese entonces.

Nuestra presentación de rigor la hizo el médico Jaime Daza Rincones (otro de mis condiscípulos de bachillerato) quien nos introdujo en una charla amena e informal. Aun cuando había imaginado su figura me hicieron impresión un rostro bondadoso con líneas remarcadas, el cabello muy cano, la dicción pausada y segura. Le sustraje algo de su pasado y de su obra que me confió como si fuera su viejo amigo de tiempos viejos.

Otro día me invitó a su micromundo, su biblioteca. Allí estuve ante muchos anaqueles repujados de libros y papeles amarillentos, en una estancia grande donde se percibe un vago olor a cacao humedecido. Al leer algo de sus versos, tiempo después encontré:

Mudos libros llenan los estantes,
son cadáveres acunados,
son cosas, sus formas múltiples
hablan soledades, están quietos.
No dicen nada. No sienten nada.
Son el ayer cargado de mudez y de misterio.
Son la pura mentira del hombre.
Cada libro, cada hilera de libros
no es otra cosa que la triste realidad
de un cementerio
de palabras, papel y naftalina
”.

Hizo de sus preocupaciones literarias un vicio que mantuvo secreto, sólo amigos y entendidos tuvieron entrada en las intimidades de sus disciplinas, así sus obras están signadas con seudónimos y nunca por su verdadero nombre. Gerónimo Osiris, Don Nadie, Torquemada, Carrasco, Juan Lanas y muchos más, son una misma persona, Víctor H. Albis.

Sobre este último seudónimo diremos que lo adoptó quizás influido por el realismo del soneto Egalité de José Asunción Silva: “Juan Lunas, el mozo de esquina es absolutamente igual al emperador de la China: los dos son un mismo animal”.

Ha publicado los siguientes libros de poesía: Carteles Rojos, Manojo Lírico, Lira Tropical, Élitros, Cristales Diáfanos, Poemas Truncos, Voces y Canciones de la Sierra.

Añadiremos que Víctor H. Albis nació en Sincelejo en donde ha sido a través de sus edades profesor, poeta y escritor. Ha dado vida a varios periódicos como: El Autonomista, Nueva Ruta y La Opinión.

No quiero referirme a la calidad de la obra colosal de Víctor H. Albis, ni debo hacerlo. Ya críticos de resonancia más entendidos que mi parecer en ello lo han hecho y siempre con elogio, que con monto cuantioso legitiman el laurel del vate.

Sólo deseo agradecerle con la misma humildad la condescendiente distinción al regalarme su libro Pinceladas, con la dedicatoria cursiva de su puño. Al hacerlo, retomo las palabras que a él le dedicara la poetisa argentina, María Alex Urrutia: “Recojo el guante de su cordialidad; agradezco íntimamente la deliciosa leyenda del poeta altivo y generoso. Al amigo distante, caballero y poeta, envío un apretón de manos con un hasta siempre”.

Post Scriptum.

Anoche, diciembre 25 de 1990, se apagó la mente del aeda. Debió ser así… en una Navidad con el brillo artificioso de la pólvora, de alegría sin bordes y de ensueños infantiles. Digno final de un rapsoda como él que habló en el tierno lenguaje de su numen.

Aun cuando no soy poeta se me ha ocurrido escribir en esta tarde:
Con el coro infantil de la novenas,
rebato de campanas y colores de bengalas,
se fue esfumando tu lira
en el hechizo de una nochebuena,
con el eco armonioso que aun exhala
el cisne, que canta cuando expira.

Ciudad de los Santos Reyes del Valle de Upar, 25 de diciembre de 1990.

Por: Rodolfo Ortega Montero / EL PILÓN

Categories: Crónica
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