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Vete, tu hijo vive

Por: Valerio Mejia Araújo

“En su angustia clamaron al Señor, y él los salvó de su aflicción. Envió su palabra para sanarlos, y así los rescató del sepulcro. Salmos 107:19-20.

Un hombre se fue a jugar cartas un viernes santo y perdió todo lo que tenía; volvió triste a su casa y le contó a su mujer lo que le había pasado. La mujer le dijo: “Eso te pasa por jugar en viernes santo.  ¿No sabes que es pecado jugar en este día? ¡Dios te castigó y bien merecido que lo tienes!”  El hombre se volvió hacia su señora y con aire desafiante le dijo: “¿Y tú crees, que el que me ganó jugó en lunes de pascua o qué?”
Generalmente no vemos las cosas como son sino que vemos lo que suponemos que debemos ver. Estamos llenos de prejuicios y aplicamos nuestros esquemas para leer la realidad. Es imposible desprenderse totalmente de los prejuicios, pero por lo menos vale la pena estar atentos frente a ellos. La historia con la que comenzamos revela un prejuicio religioso, pero así como éste, hay miles de prejuicios políticos, raciales, culturales… Un prejuicio muy extendido es el que supone que detrás de lo que nos pasa está Dios castigándonos o premiándonos por nuestro comportamiento moral. ¿Quién no ha pensado alguna vez que lo que le ha pasado, bueno o malo, tenía que ver con su comportamiento anterior? Dios no anda por ahí castigando y premiando a la gente. No podemos echarle la culpa a Dios de todos los males ni pensar que nos está premiando por portarnos bien.
El caso más claro es el mismo Jesús; el hombre más bueno que ha producido la tierra; el hombre más santo, el hombre que vivió fielmente según la voluntad de Dios, ¿por qué murió como murió? Murió solo, abandonado de sus amigos, sintiéndose abandonado del mismo Dios… Cuando nos va mal no es porque hayamos jugado cartas en viernes santo; y cuando nos va bien no es porque hayamos jugado en lunes de Pascua. Lo que nos pasa es siempre una llamada para volvernos a Dios…
Hago esta introducción para referirme a uno de los treinta y siete milagros de Jesús, el segundo de los ocho contenidos en el Evangelio según San Juan, sobre el encuentro de Jesús con un funcionario, oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo y cuyos nombres no sabemos.
El primero de los milagros de Jesús ocurrió en Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Cuando este oficial oyó que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a él y le rogó que descendiera y sanara a su hijo que estaba a punto de morir. El padre que sin duda era un hombre con educación, sabía que su hijo estaba a punto de morir y acudió al único que puede hacer un milagro. A lo que Jesús responde de manera inusual: “Ustedes nunca van a creer si no ven señales y prodigios”. La respuesta del padre sigue siendo firme, basada en una necesidad sentida y real: ¡Señor, desciende antes que mi hijo muera! A lo que Jesús consternado y confundido por la firmeza de su fe, le dice: “¡Vete, tu hijo vive!”.  El hombre creyó la palabra del Señor y se puso en camino de regreso a casa.
Recién al día siguiente se encuentra con sus siervos, ha hecho el camino de regreso, lleno de ilusión, repitiendo en su corazón esas palabras dichas con poder y autoridad y llenas de ternura: “tu hijo vive”. Al llegar, le informan que su hijo vive y luego descubre que fue a partir de la misma hora en que Jesús le dio la palabra.
El día anterior a la una de la tarde, la fiebre dejó al niño. Antes de esa hora, parecía que alguien iba a morir, después de esa hora estaba lleno de vida. ¡Cuando Dios obra, se produce un cambio profundo, la fiebre de las cosas que nos afligen desaparecen! Como resultado del milagro, creyó él con toda su casa. Lo que al principio parecía ser un caso de tristeza y muerte, termina siendo una situación de gozo y vida espiritual.
Amados amigos  lectores, ¿Cuántos padres tienen hoy un hijo en un peligro muy grande? Este oficial sabía que esa persona delante de él, podía hacer algo que nadie más podría; no dudó que la promesa del Señor sería suficiente para producir el milagro; cualquiera que fuera la condición de su hijo, sabía que Jesucristo podía hacerlo. Comprendió en el instante, que no era necesario que Jesús estuviera presente físicamente para lograr el milagro, una sola palabra bastaría. ¡Y él creyó esa palabra!
Esta semana, otro oficial del rey  –en la reserva-  cuyos nombres sí conocemos, se ha acercado a Jesús por su hijo enfermo y al igual que Jesús con el personaje de la historia, con mi corazón en la mano, debo decir de parte del Señor: “Goyo y Zeida: Sigan creyendo la palabra del Señor, vayan en paz… ¡Juan José vive!

Todos aquellos que tengan un hijo en peligro, puede ser de enfermedad o en peligro de una vida sin temor reverente de Dios, les animo a que se acerquen a Jesús y traigan su necesidad con la certeza que sólo él puede pronunciar la palabra de sanidad y bendición que nuestros hijos necesitan para gozo y alegría de toda nuestra casa.
¿Te gustaría orar ahora mismo? Dile conmigo: “Querido Dios, Desciende pronto antes que mi necesidad muera. Gracias por enviar tu palabra sanadora y alegrar nuestro corazón. Amén”
Juan José, te bendigo en el nombre de aquel quien tiene la autoridad para declara nula toda aflicción. ¡Serás bendición para tus padres y para tu generación!
Les mando un abrazo en Cristo…

valeriomejia@etb.net.co

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