I.- A quien es toda poesía
A ti Inmaculada Señora, te dirijo este ramo de rimas,
manado de mis entrañas y emanado a merced del alma,
con el deseo de que sea acogido y abrigado este anhelo,
en tu níveo regazo de Madre, siempre consoladora,
pues tu presencia materna es un signo de amor filial.
Intercede por nosotros, tú que has concebido a Jesús,
tú que eres toda poesía ilumina nuestros torpes pasos,
tú que eres toda belleza embellécenos interiormente,
tú que eres la salve vivificante condúcenos hacia ti:
muchos somos los perdidos, pocos los encauzados.
Necesitamos reencontrarnos por siempre con el Padre,
a Él llegamos por tu Hijo, con la fuerza del Espíritu
y tu Gracia siempre intacta, crecida de misericordia,
humilde en la morada y también mansa en la mirada.
Cálmanos y cólmanos, ¡estas nubes negras nos amortajan!
II.- Que la poesía vuelva a nosotros
Vamos y venimos a ninguna parte, no hay retorno
en el entorno de los días, hemos de hacer enmienda,
recobrar la luz del verbo y abrirse a un nuevo alba,
innovar y renovarse espiritualmente, fortalecerse,
renunciar a este mundo de poderes, ponerse a servir.
La estrella estimulante de María, nos impulse a vivir
y a desvivirnos los unos por los otros, a conciliar
y a reconciliarnos con la vida, a ser cultivadores
de la auténtica palabra, la que brota de la esencia
misma de la conciencia del ser por el que soy, y vivo.
Somos hijos del amor, de la mística de los latidos,
del cauce del ritmo del amar, volvamos al curso
de la poesía, concibámonos familia, profesémonos
fidelidad para modelar ese poema interminable
al que estamos llamados a formar parte y ser todo.
III.- Nuestro referente la inmaculada
María, salvada de todo pecado, es la pureza viva,
la que nos clarea y despunta, su incorpórea entereza
nos enternece, tan profundo es su amor en amor
hacia el Amado, que la puerta del cielo nos dona,
y tan alta dicha nos mece, que todo se conmueve.
La emoción concebida es proclamada por el canto
de los ángeles y aclamada por la paz del universo,
que en verso versa la gloria mística del nacimiento
de Cristo, centelleo de gloria consumada en camino,
ofrenda que mora y conmemora el júbilo del Creador.
Porque la Madre de Dios, a Dios nos ha entregado,
el destello de la inmortalidad nos reviste de quietud,
y aunque la sombra de las noches terrenales sigan,
hay una contemplativa en los labios de cada aurora,
que nos hace sentirnos savia y hallarnos con la verdad.