He sido siempre ecuánime e imparcial en relación a las actuaciones de las entidades territoriales. Mi compromiso es con la verdad, con la ciudadanía, con lo académico, sin sesgos políticos ni intereses ocultos. Cuando algo está bien, lo reconozco; cuando no, levanto la voz y no pienso pasar en silencio. No estoy aquí para generar confusión ni alimentar controversias infundadas, sino para reflejar la realidad que vive el departamento del Cesar.
Sobre la interpretación errónea de mi expresión “maldición sempiterna”, debo aclarar, con firmeza, que nunca fue mi intención maldecir a nadie, mucho menos a los profesionales que trabajan arduamente por el bienestar del Cesar. Reconozco su entrega y su compromiso. Sin embargo, la expresión retrata, de forma sentida y dramática, la amarga experiencia de un ciudadano que ve pasar los años mientras las obras públicas se eternizan en su ejecución. Es una maldición institucionalizada, que trasciende gobiernos y administraciones, condenando a la comunidad a esperar indefinidamente lo que se les prometió.
Como joven ciudadano, pero no incauto, conozco de manera directa cómo se han desarrollado las obras que con tanto orgullo se mencionan. ¿De qué proyectos me hablan? ¿De la Universidad Nacional, sede La Paz? Aquella que, tras incontables problemas y dilaciones, finalmente se inauguró, no sin antes ser blanco de tensiones entre la institución y la Gobernación por 80 mil millones de pesos. Una odisea digna de una tragicomedia. ¿Se les olvidó que fue culminada gracias a la presión de los entes de control? ‘Claudicante memoria, convenit oblivisci’ (cuando la memoria cojea, conviene olvidar).
¿Por qué no mencionó CDT Ganadero y Pesquero? El CDT Ganadero, inaugurado con bombos y platillos, hoy es una estructura inerte, sin cumplir su propósito. Se destinaron más de 20.000 millones de pesos para su construcción, y aún así permanece subutilizado y sin generar los beneficios prometidos. Por su parte, el CDT Pesquero refleja un panorama igual de desalentador: de los más de 10.000 millones de pesos invertidos, poco o nada ha llegado a manos de los pescadores del Cesar. Fallos de planeación y ejecución dejaron estos proyectos en el limbo, convirtiendo una promesa de desarrollo en un monumento al despilfarro.
O tal vez se refieren al “Bernabéu vallenato” y pido excusas por las proporciones -pero así nos lo quieren mostrar-, el estadio Armando Maestre Pavajeau, promovido con una faena de alarde y fanfarria, pero que hoy carga el peso de un presunto daño fiscal de más de 97.000 millones de pesos. Una obra que debería inspirar orgullo y que, en cambio, provoca vergüenza. Nos lo presentan como el emblema del deporte vallenato, un coloso arquitectónico digno de aplausos. Sin embargo, tras las luces —que tampoco funcionan— y los discursos grandilocuentes, yace una estructura que refleja más los excesos y las fallas que los méritos. Mi más puro e infinito deseo es que no les pase lo mismo con el Centro Cultural de la Música Vallenata -188 mil millones-, el Cesar merece más.
¿El anillo vial? pasó de costar $110.739 millones a $126.562 millones.
¿Las aulas educativas? Se construyeron 7 aulas en 5 municipios del Cesar por un valor de $43.690 millones inicialmente. Empero, antes de finalizar el contrato, se adicionaron $8.840 millones.
Y paren ustedes de contar, me alargaría mucho, hay múltiples proyectos con las mismas circunstancias. ¿Coincidencias? Difícil creerlo. No hace falta una bola de cristal para prever estos problemas cuando se cuenta con una planificación prolija y rigurosa. Y respecto a su defensa de las adiciones presupuestales, permítanme disentir o discrepar: no, no estoy satanizando las adiciones. Pero comparar la construcción de una obra pública con la de una vivienda familiar es minimizar la gravedad de la mala planeación estatal -equiparación totalmente zafia-. En la administración pública, las adiciones y prórrogas son excepciones, no reglas, y deben ser tratadas con la seriedad que ameritan. ¿Adiciones presupuestales hasta el 49 %? ¿Cuándo el tope máximo permitido por la ley es el 50? ¿Es enserio?
Hablan de la satisfacción en los rostros de estudiantes, campesinos y deportistas al recibir espacios dignos. Les invito, entonces, a mirar al rostro y escuchar también las voces de aquellos que esperan, con esperanza menguante, las obras que aún no se entregan. Ellos también tienen todo el derecho, ¿no?
Les exhorto a hablarle con verdad al departamento del Cesar. Una opinión crítica no es un ataque, sino un llamado respetuoso a la reflexión, por eso dije que “la ciudadanía tiene la última palabra”. Las prórrogas y adiciones presupuestales son figuras excepcionales en la norma, diseñadas para resolver imprevistos genuinos, no para enmascarar la improvisación. Convertirlas en costumbre es traicionar la esencia misma de la buena gobernanza.
En ningún momento mencioné las palabras corrupción o falta de transparencia. Sin embargo, parece que algunos se sintieron aludidos. Ya lo dice la máxima latina: “Excusatio non petita, accusatio manifesta” (excusa no pedida, acusación manifiesta). No hace falta señalar directamente cuando las realidades hablan por sí solas. Si mis palabras incomodaron, quizás sea momento de reflexionar sobre las razones detrás de esa incomodidad.
Con gallardía y pleno convencimiento, debo reconocer que voté por los últimos mandatarios que ha tenido el departamento del Cesar. Y es precisamente por eso que reclamo con autoridad moral: porque mi voto vale oro. Porque cuando uno deposita su confianza en las urnas, tiene todo el derecho —y el deber— de exigir que esa confianza no sea traicionada. Hago respetar mi voto, porque es el reflejo de mi esperanza en un mejor futuro. Votar por ellos no significa que deba ser permisivo con todo lo que sucede. Al contrario, es mi deber señalar lo que está mal y exigir mejoras, porque mi compromiso es con el bienestar de todos los cesarenses.
Y así concluyo, no con desaliento, sino con convicción férrea: el Cesar merece administraciones que entiendan que la grandeza de un gobierno no se mide por la cantidad de proyectos anunciados, sino por la calidad y puntualidad de los entregados. No claudicaré en señalar lo que debe mejorarse. Porque el silencio, en estos casos, no es neutralidad: es complicidad.
No se inquieten, que no hay maldición que dure cien años, ni cesarense que lo resista.
Por Jesús Daza Castro