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Verdades del M 19

Por: Miguel Ángel Castilla Camargo

miguelcastillac@hotmail.com

Lo que comienza mal, termina mal.
Cuando el romanticismo, la idiotez y la arrogancia se confabulan, nacen cosas tan aberrantes que solo se saben de sus alcances y sus consecuencias cuando la gente despierta de su letargo; desde Jaime Arenas hasta Ricardo Palmera, se puede decir que quienes se fueron para la guerrilla perdieron el tiempo en unos ideales irracionales. Bueno, quienes vieron en las Autodefensas una alternativa les fue peor.
Como el espacio es corto, y las atrocidades de la mal llamada guerrilla y los paramilitares no se pueden dilucidar en una cuartilla, solo haré una pequeña semblanza del M19, claro está, aclarando que lo que no se sabe de ellos obedece a esa rara paquidermia de los medios, el sistema y la somnolencia colectiva. Coincidencia de la fatalidad, el M en sus comienzos fue anapista.
La serie televisiva de Caracol sobre Pablo Escobar, los coloca en el plano real, distante de lo que han querido mostrar universalmente; basta recordar el secuestro de Donald Cooper, presidente de la Sears por parte del M19, para saber que los inicios del M solo refrendan la capacidad delictiva de un grupo de personas desquiciadas. Un millón de dólares hace más de 30 años por aquella afrenta –extorsión- violatoria de los Derechos Humanos, debe al menos borrarle la sonrisa a todos aquellos que auspiciaban la retención de un ser humano con su ignorancia.
Llamaba la atención cómo en las universidades públicas los estudiantes celebraban el robo de armas del Cantón norte en Bogotá. Pregunto; cinco mil FAL 556 que disparan por minuto treinta tiros calibre veintidós ¿Qué le han dejado a Colombia?. Incluso, muchas mujeres se identificaban con Carmenza Cardona Londoño, “la Chiqui”, una asesina cinematográfica.
En su ilusionismo cómico, los del M fueron tan mediáticos que viajaron a Nicaragua a brindarle apoyo a lo que hoy simplemente deja a un borrachito en el mandato. Más pobre no puede estar Nicaragua.
El comandante fundador, Jaime Bateman Cayón, quien aducía que obraba de forma beligerante porque nunca pudo vivir en Sevilla Magdalena, el barrio rico de la United Fruit Company, tenía una historia y un discurso para todo; quienes lo conocían sabían que sin ser bachiller se fue a la Unión Soviética a una supuesta universidad donde a cambio de un título lo adoctrinaron para que regresara a infectarnos con su virus leninista. No es mucha la diferencia con los que vienen de la Harvard. Al menos traen “cartón”. Bateman habló de los oligarcas hasta cuando se dio cuenta que también estaba enfermo por el poder.
Se sentía orgulloso de haber pertenecido a las Farc, donde estuvo cinco años teniendo como grandes maestros a Tirofijo, Jacobo Arenas y Ciro Trujillo, ¡Qué trio!
El M19 como remedo de grupo subversivo, fue una ilusión de aquellos que creían que un país de regiones, complejo hasta no decir más, y con todas las mañas del mundo, podía verlos a ellos como una opción democrática que reencarnaba un modo de vida utópico.
En los ochenta en Santa Marta, todo el mundo sabía de las andanzas del M19 en cabeza de Jaime Bateman. En ese entonces, el M se financiaba llevando marihuana a Panamá y de regreso traían armas. Muchos de ellos, entre esos Bateman, eran viciosos y ello en algunos militantes producía euforia ya que él representaba lo novedoso, lo filantrópico dentro de un grupo de entusiastas sin brújula.
Eran una especie de íconos del consumismo; escuchaban a los Beatles y Silvio Rodríguez, los discursos de Jorge Eliecer Gaitán y las consignas de Fidel Castro; andaban con los libros de Carlos Marx debajo del brazo, pero no entendían el verdadero mensaje del socialismo, una vertiente tergiversada de la doctrina cristiana. Hasta a Carlos Pizarro la farándula casi lo convierte en un modelo a seguir.
También, como grupo equivocado, usó el secuestro como fuente de financiación y estuvo inmerso en el narcotráfico; fue aliado de Pablo Escobar en la toma del Palacio de Justicia y ayudó en la consolidación de formas retrogradas de pensamiento.
Algunos militantes que hoy en día fungen de ideólogos que no mataban una mosca, eran tan dañinos como los que disparaban. Fueron muchos los jóvenes aleccionados por Gustavo Petro, Rosemberg Pabón, Álvaro Fayad, Luis Otero, Andrés Almarales y Antonio Navarro Wolff, que terminaron posteriormente marchándose a la guerrilla porque creían que allá estaba la salvación del país. Ninguno de ellos fue productivo para Colombia.

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