“La pena de muerte es signo peculiar de la barbarie” Víctor Hugo.
Desde antiguos sistemas penales como la Ley del Talión hasta modernos códigos que conservan la pena de muerte, reivindican la venganza como respuesta al delito; no se trata pues de administrar justicia de manera ejemplarizante ni menos de rehabilitar y rectificar conductas desviadas sino de administrar la venganza en nombre de la justicia y en esas condiciones, como lo ha demostrado Amnistía Internacional, el fracaso ha sido total; muchos países con pena de muerte tienen índices de criminalidad mayores que aquellos que la abolieron.
Con demasiada frecuencia los medios escritos albergan opiniones de ciudadanos que claman por la pena máxima contra delincuentes acusados de faltas diversas desde violación y homicidio hasta el hurto callejero. Recomiendan acciones de limpieza social/callejera y eliminación de desechables. Se piensa en la pena de muerte como la panacea ante tantos males. Algo extraña resulta esta conducta en una sociedad como la colombiana que se proclama feliz y fiel a sus doctrinas religiosas pero que fácilmente olvida el quinto Mandamiento: No matarás.
En los últimos días, este diario ha registrado la muerte de varios jóvenes a manos de víctimas de atraco, hurto y otras modalidades delincuenciales. Muy seguramente los autores de estas muertes reaccionaron para defenderse y trataron ante todo de impedir la agresión en su contra; sin embargo, muchos lectores, sin escrúpulo alguno y convertidos en jueces implacables aplauden con algarabía y con saña la muerte del victimario; sus comentarios atemorizan tanto como los malhechores. Desde luego todo delito es repudiable y por eso debe ser sancionado pero por ineficaz que sea la justicia no podemos reemplazarla por la venganza personal. La solución no puede ser la justicia por mano propia sino procurar el mejoramiento del sistema judicial en general y la transformación del sistema penitenciario. Las cárceles son, en su mayoría, centros de torturas y escuelas del crimen en vez de lugares de rehabilitación.
A esos justicieros furiosos, impulsores de la pena de muerte por qué no se les ocurre promover la muerte a la injusticia social, a la pobreza, a la corrupción, a la industria militar, a los valores de la sociedad de consumo que todos los días estimula el crimen con el bombardeo publicitario que aturde a los jóvenes y los lanza a la búsqueda ansiosa del sin fin de artefactos de lujo que ofrece la falsa modernidad, y al armamentismo que en Colombia se traga buena parte del presupuesto que debería dedicarse a la educación y a ofrecer mejores oportunidades para esos jóvenes sin futuro y presa del delito. Más humanismo y menos venganza es la consigna.