Ver para creer, hace unos cuarenta años, quienes vivíamos en el Cesar éramos testigos de la prosperidad económica de un vecino. Muchas cosas buenas venían de otro país: alimentos finos y enlatados, licores exquisitos, electrodomésticos y carros grandes y muy bonitos. Muchos familiares vivían del comercio con ese país y la ilusión de muchos era conocer ese mundo mágico. Y luego de comparar con las cosas en Colombia, surgía la pregunta obvia: a qué se debía la diferencia: Venezuela tiene petróleo, contestaban los mayores.
Y en efecto, Venezuela era uno de los países más prósperos de América Latina, y un territorio de promisión por sus grandes reservas de petróleo. Miles de familias colombianas viajaron a ese país para beneficiarse de la bonanza en la década de los setenta; antes, el entonces presidente de Colombia, Carlos Lleras Restrepo, consciente del beneficio para Colombia de asociarse con Venezuela, se inventó el Pacto Andino, como una manera de estimular el comercio inter-regional y promover la industrialización de Colombia. Lleras R. sabía cómo era la cosa.
Pero Venezuela no supo manejar la bonanza petrolera, por el contrario se convirtió en un país ejemplo de la llamada “maldición de los recursos naturales”, en lugar de “sembrar” el petróleo, el país se desindustrializó, se acostumbró a importar todo y –además- los gobiernos acostumbraron a la población a tener muchos subsidios del Estado, incluyendo una gasolina más barata que el agua potable. Adecos y Copeyanos, los partidos tradicionales, fueron responsables de la corrupción e ineficiencia que llevaron a una aguda crisis política, en medio de la cual surgió el coronel Hugo Chávez Frías, quien intentó llegar al poder por un golpe de estado, y luego lo hizo por la vía democrática.
Chávez montó un régimen estatista, su llamado socialismo bolivariano, que funcionó cuando el petróleo tenía buenos precios, y así ferió los recursos del estado, regaló petróleo a otros países, incluyendo a Cuba. Chávez murió, pero antes montó a Nicolás Maduro, quien terminó de llevar a su país a la peor ruina de América Latina. Maduro dejó caer la producción de petróleo, que bajó de tres millones de barriles diarios a menos de un millón. El PIB en su primer gobierno cayó 18 por ciento. La inflación se disparó del 21 al millón seiscientos mil por ciento. Hiperinflación. El infierno.
El aparato productivo privado fue asfixiado, el desempleo se disparó y la pobreza hoy supera el 80 por ciento. Millones de venezolanos han tenido que salir de su país para poder sobrevivir, en cualquier parte, en condiciones de indignidad. A Colombia han llegado más de un millón doscientos mil, a trabajar algunos pocos, y a pedir limosnas y a rebuscarse en las calles la gran mayoría.
Como si lo anterior fuera poco, Maduro, al lado de su cómplice Diosdado Cabello, se hizo reelegir de manera fraudulenta; el mundo no se comió el cuento y al posesionarse el pasado 10 de enero, la comunidad internacional rechazó su segundo mandato. El exconductor de bus, quien no tenía ninguna idea de asuntos públicos, ha acudido a la represión, el crimen y las peores prácticas para sostenerse en el poder. A costa del hambre, la insalubridad, y hasta la muerte de miles de venezolanos. El dictador ha hipotecado el petróleo a China y a Rusia, durante los próximos años la producción de crudo ya no será para el Estado venezolano, incumplió el pago de la deuda externa y ha hundido a su país en una ruina de la cual tardará décadas en recuperarse.
La designación de la Asamblea Nacional, órgano legislativo elegido popularmente, escogió a Juan Guaidó como presidente de la corporación y luego lo proclamó como presidente de la República. Ahora, Venezuela tiene dos gobiernos, prácticamente, las protestas siguen creciendo, la migración sigue aumentando y gracias a las Fuerzas Militares y a su séquito corrupto y asesino, Maduro sigue en el poder, en una crisis que no parece tener fin para la otrora próspera Venezuela “saudita”. Las vueltas que da la vida, ver para creer. Son muchas las lecciones que los colombianos podemos aprender del hermano país, pero esa es harina de otro costal y tema para otro comentario.