Para aprovechar al máximo la urbanización, la buena gobernanza es imprescindible. Así mismo, las ciudades del futuro deben adaptarse, rediseñarse y construirse para hacer frente a desafíos estructurales, clima cambiante, eventos climáticos extremos como inundaciones, la contaminación del aire y la pérdida de biodiversidad. Gobernar estas ciudades será, por lo tanto, progresivamente complejo y requerirá las mentes más dedicadas.
La exhortación a la dedicación para enfrentar los retos de las ciudades del futuro ha sido un oído sordo o una desatención consciente de los exalcaldes de Valledupar desde 1995. Atrás quedó aquello del bautismo de la ciudad “Sorpresa Caribe”. Hoy los vallenatos convivimos con un conjunto de problemas o fragilidades urbanas caracterizadas por indicadores crecientes en desempleo, inseguridad, discontinuidad en la prestación de los servicios públicos, lenta movilidad, transporte público superado por el mototaxismo, lugares convertidos en basureros públicos y una irracional falta de cultura ciudadana.
Aparte de los desafíos que deben afrontar las ciudades, el mundo enfrenta una serie de riesgos que se sienten completamente nuevos y extrañamente familiares. Según el informe de riesgos globales 2023, la inflación, crisis del costo de vida, guerras comerciales, salidas de capital de los mercados emergentes, malestar social generalizado, confrontación geopolítica y el espectro de la guerra nuclear, son algunos de los riesgos más graves que podemos enfrentar en la próxima década.
La forma en que se gobiernen y desarrollen las ciudades del futuro dependerá en gran parte de sus administradores. Asimismo, de tres variables sobresalientes: gobierno efectivo y transparente, ciudadanía más informada, responsable y participativa y el trabajo en alianzas en torno al tema de calidad de vida.
Entender el contexto local no es suficiente para los gobernantes de las ciudades del mundo. De ese universo no está excluida nuestra querida Valledupar. Si esa perspectiva no es entendida por los precandidatos que aspiran dirigir la ciudad, los ciudadanos y las demás partes interesadas (universidades, gremios y medios de comunicación) no podemos actuar como indolentes. Nos asiste el deber de mejorar la eficiencia de la sociedad mediante la construcción de acciones coordinadas, para ejercer control a la gestión estatal. Llegó el momento de dignificar la participación ciudadana y de ponderar la importancia del sector privado y la academia en los asuntos atinentes al desarrollo, construcción y reconstrucción de Valledupar.
En octubre de este año tendremos nuevamente elecciones para escoger alcalde. La coyuntura actual convoca la primera misión de las partes interesadas, que consiste en plantearse las siguientes preguntas: ¿dónde estamos?, ¿de dónde venimos?, ¿para dónde vamos?, ¿hacia dónde queremos ir? y ¿hacia dónde podemos ir?
Tener una misión y visión puede demarcar un horizonte de una empresa o de un territorio, sin embargo, hay que ir más allá, es decir, pensar en el largo plazo. El nuevo alcalde de Valledupar debe tener la voluntad de construir un plan de largo plazo para la ciudad. Si no tiene esa capacidad su destino será el ostracismo lugar donde habitan sus predecesores desde 1995. Y, en consecuencia, tendrá todas las posibilidades de quitarle el puesto a Mello Castro, como el peor alcalde de la ciudad desde 1995.
En la construcción del plan la ciudadanía cumple un papel muy importante. De igual manera, las partes interesadas y las organizaciones como el otrora “Valledupar cómo vamos”. Mi maestro en Prospectiva, Francisco Mojica, nos enseñó: “El pasado no se va a repetir, pero deja muchas moralejas. Y en el presente debemos saber hacia dónde se dirigen los cambios y que muestran las tendencias, para ver qué escenarios podríamos diseñar”.
Por Luis Elquis Díaz