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Valledupar y La Paz, dos pueblos enlazados por la Leyenda Vallenata (primera parte)

Todas las casitas del pueblo vallenato tenían paredes de bajareque y techos de paja, y cada una tenía en un lado una cerca con sus trancas para meter las ovejas y el ganado, para ordeñarlas en la mañana.

Corría el año de 1580 y el portugués Antonio Pereira casado con la española Ana de la Peña, mujer celosa, vivía en Valledupar, o Ciudad de Los Reyes, en uno de las 8 manzanas en que estaba dividida la ciudad. 

En una de estas 8 manzanas vivían Antonio Pereira y su esposa Ana de la Peña.

La finca o encomienda de su propiedad, estaba situada a pocos kilómetros del pueblo de La Paz, a orillas del río Pereira que se unía más adelante con el río Manaure para desembocar presurosos en el río Cesar. 

El capataz de esta encomienda era un cacique Yukpa llamado Perotiva, quien era enano, igual a los de Becerril, ya que el sufijo Tiva significa enano en idioma caribe.

Una encomienda consistía en un territorio poblado por indígenas al mando de un cacique; ese territorio se le asignaba a un español llamado encomendero; los indígenas tenían el deber de entregarle al encomendero, por medio de su cacique, un tributo o pago todos los meses, este podía ser en animales, mantas, oro, frutas, esteras, tejidos, canastos, mochilas, etc. y el encomendero a su vez debía pagarle a un sacerdote para que cristianizara a los indígenas y los volviera católicos, es decir, los indígenas pagaban para que les cambiaran sus creencias religiosas auténticas.

Los indígenas arhuacos entregan a los españoles a la india tupe Francisca, a su marido Gregorio y a su padre Don Francisco (antiguo Francisquillo el Vallenato, indio tupe), quienes se habían escondido en la Sierra Nevada. Para evitar el castigo.

UN INCIDENTE EN EL RÍO GUATAPURÍ 

El matrimonio de Antonio Pereira y su esposa, tenía bajo su cuidado a una indígena Tupe para el servicio doméstico, llamada Francisca, hija del famoso Francisquillo, ‘El Vallenato’, que para esa época ya era un señor de edad, a quien llamaban Don Francisco; su esposo era llamado Gregorio, también indio tupe; los tres tenían asignadas diversas labores en este hogar.

Cualquier día del mes de diciembre de 1580 Francisca se fue a lavar al rio Guatapurí que le quedaba a pocos metros de la casa y en un descuido la corriente del rio se llevó el velillo de misa de su patrona, ella no pudo hacer nada para salvarlo. Llena de miedo le confesó a su ama la pérdida y esta, que ya la celaba con su esposo, arremetió contra ella dándole golpes, que se convirtieron en moretones y por último le trasquiló el cabello.

Francisca humillada y resentida le contó a su esposo Gregorio lo sucedido y sin pedir permiso se escaparon a pie a media noche, a donde sus familiares que vivían en lo que hoy son los pueblos de la Paz, San Diego, El Tupe y Codazzi.

A estos les contaron lo sucedido: ellos eran los caciques Coroponaimo, Ponaimo, Curunaimo y Quiriaimo; estos al observar el maltrato, juraron vengar la humillación, ya que este hecho unido a otros como el robo de sus esposas por parte de los españoles, la violación de sus hijas, los saqueos de las tumbas de sus mayores para robarse el oro, etc…  terminaron por rebosar su paciencia. 

LA FURIA INDÍGENA

Se organizan para el ataque con la luna llena, a media noche, por las cuatro esquinas de la plaza: por la esquina de la iglesia de los reyes que era de paja y quedaba donde hoy es el Concejo Municipal de Valledupar, entraría Coroponaimo, poniéndole fuego y robándose los vasos sagrados y ornamentos; por otra esquina entraría Curunaimo, por otra, entraría Quiriaimo y por la cuarta esquina entrarían Francisca, Gregorio con su gente y Francisco, el padre de la india Francisca (antiguo Francisquillo, El Vallenato).

Antes de iniciar el ataque invitan a los indios Itotos de la Sierra Nevada de Villanueva y a los indios guajiros Cariachiles de El Molino, para que participen en la contienda; es bueno aclarar que la palabra Itoto, en lengua caribe, significa esclavo, lo cual querría decir que estos indios Wiwas eran esclavos de los indios Tupes, también invitaron a la contienda al cacique Guataca, jefe de los indios Pacabueyes, al cacique Cuoke, jefe de los indígenas Wiwas, al cacique Orva, a Ichopete, hijo del cacique Upar, a otro llamado Pericote y a otro llamado Juan Cabellejo.  

En una de estas casitas, los indígenas tupes matan a una española que había contraído matrimonio ese día.

Todo el pueblo estaba construido en bajareque y techos de paja.

Venían organizados en escuadrones: con penachos de pluma en la cabeza, la cara pintada con blanco y rojo y todo el cuerpo pintado de rojo, color sacado del achote y mesclado con aceites pera espantar los mosquitos; lucían totalmente desnudos, con las partes íntimas descubiertas y amarrado el pene de una cuerda en un extremo para evitar la movilidad del miembro; con la cabeza trasquilada en la mitad del cráneo en forma de corona en señal de valentía.

Este ataque tenía visos rituales y teatrales: unos suban máscaras, una escuadra daba gritos tapándose y destapándose la boca, otra escuadra tocaba los fotutos o carrizos (cornetas) otra soplaba los caracoles, otras soplaban unos pitos de barro en forma de pájaros: todo esto producía un estruendo musical. 

Con sus flechas incendiarias quemaron todo el pueblo, no quedó ninguna casa en pie, murieron 50 españoles dormidos, solo se salvó del incendio, el Monasterio de Santo Domingo que estaba recién construido (1580), por ser la única edificación construida en calicanto, esto es adobes de barro en las paredes y tejas de barro en el techo. 

Parte lateral del convento de Santo Domingo donde se observan los murales que contendían las paredes, aquí vivían los sacerdotes Dominicos, quienes en la puerta del zaguán evitaron que entraran los indígenas tupes.

Esta edificación aún subsiste en Valledupar y es el edificio donde funciona Confimujer con un zaguán, unos techos y unas paredes del siglo XVI, es muy curioso observar cómo el único convento de Valledupar que tiene zaguán es este edificio.

El cronista Juan de Castellanos nos cuenta, que los indígenas trataron de penetrar en el zaguán del convento pero que fueron repelidos por los sacerdotes y españoles que allí estaban armados, entre ellos el sacerdote Fray Pedro de Palencia, quien les hizo resistencia en la puerta del Zaguán, evitando así que entraran al monasterio.

Parte lateral del antiguo y primer convento de Santo Domingo, donde se observan los muros que contenían las gruesas paredes, esta edificación está en pie y en ella funciona hoy Corfimujer, en la puerta de entrada se libra una pelea para que los indígenas tupes no entraran al templo por el zaguán que hoy en día todavía existe.

El padre Fray Dionisio de Castro, llamó a los religiosos del convento y desesperado sacó a la virgen de El Rosario a la mitad del patio y allí le clamaba de rodillas que lo salvara de la muerte, ya que los indígenas habían dado muerte a sus sirvientes, a sus devotos y a niños inocentes, arrancándoles pies, brazos, narices orejas y manos. 

Durante la acometida atacaron de manera cruenta a las esposas de los españoles.  

Primera versión de la Virgen Del Rosario, cuya imagen se encuentra en la iglesia de Santo Domingo o de El Rosario, quien fue la que le hizo el milagro a los españoles.

LA VERSIÓN DE CASTELLANOS

Leamos lo que nos cuenta el cronista Juan de Castellanos: 

“Dieron su triste fin en la pelea

partidas sus cabezas con macana,

la bella doña Jiomar de Urrea

y doña Beatriz, su clara hermana;

este mismo rigor mortal se emplea

en otra principal dicha doña Ana, 

doña Ana de Aníbal, digo que era

que el pecho más feroz enterneciera

Isabel de Briones, quedó manca

la vida temporal y en dura tierra

el arroyo de sangre no se estanca

del cuerpo bello de María Becerra;

cayó la varonil Elvira Franca,

Ana Ruiz del mundo se destierra,

Ana Fernández en escondedrijos

la vida concluyó con sus dos hijos.

quebrantadas las frentes y las cejas

luego con asperísimos cuchillos,

a las galanas mozas y a las viejas

que traen arrancadas y zarcillos 

a raíz les cortaban las orejas

y los dedos también de los anillos, 

desnudándolas de sus vestiduras 

hasta dejarlas en las carnes puras.

Catalina Rodríguez desposada

el infeliz día malhadado,

En el infausto lecho fue hallada,

su muy hermoso pecho traspasado, 

a donde la dejó desamparada

el más que temeroso desposado;

el cual salió después de salir ellos

ya chamuscadas las barbas y cabellos”

Vemos aquí la horrible venganza que protagonizaron los indios.

Leamos otro hecho:

“Más con su mujer y cuatro hijos juntos

también murió, Jerónimo Romero,

y su pequeña hija quedó viva,

que los bárbaros hoy tienen cautiva”.

POR RUTH ARIZA COTES /ESPECIAL PARA EL PILÓN

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