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Valledupar sitiada

Eloy Gutiérrez Anaya

Los recientes hechos que fueron noticia toda la semana y sobre la cual ya hay suficiente ilustración, solo nos muestra una realidad que se veía venir, y no es otra que la toma de la ciudad por los carteles de drogas y la mafia organizada que convirtieron a Valledupar en una ciudad invivible y solo comparable a la Medellín de Pablo Escobar de los ochenta y noventa y que por supuesto no entraré en los detalles que todos conocen pero que tácitamente aceptamos mirando para otro lado o justificándolo.

Que una banda de delincuentes ejecuten un atentado con armas de asalto como en las películas de Hollywood en plena zona rosa de la ciudad y a escasos metros de una estación de Policía, y que luego huyan con la misma espectacularidad del atentado, solo podría indicar una de dos hipótesis; o la delincuencia superó a las fuerzas del Estado o las mismas cayeron en una inacción pasmosa que debería preocuparnos y prender todas las alarmas, además de cuestionarnos lo de siempre: ¿Por qué no hay puestos de control efectivos a las entradas de la ciudad? o ¿en realidad las fuerzas de policía y las de inteligencia creen que los delincuentes de alta peligrosidad andan en motos de bajo cilindraje o en vehículos destartalados que son los que vemos requisando en los pocos retenes que montan? Creo que la sana lógica y el sentido común nos indican que no.

A propósito de inteligencia, todos en Valledupar saben quiénes son los grandes capos de la droga y quiénes son sus testaferros y lavadores, están plenamente identificados, es de conocimiento público a qué bares de lujo y restaurantes asisten; incluso, todos en la ciudad saben cuándo un capo está en uno de esos sitios pomposos de la carrera novena puesto que el operativo de seguridad que arman con gorilas armados hasta los dientes, vehículos de alta gama, “modelos paisas” incluidas y el cierre de los establecimientos solo para estos personajes es realmente ofensivo; ahora bien, ninguna autoridad revisa si esas armas cuentan con  permiso para portarlas, hasta donde tengo entendido en este momento ningún ciudadano puede portarlas puesto que solo se están expidiendo permisos de porte, me corrigen si no es así, y como corolario nadie verifica sus antecedentes para saber si son buscados por alguna autoridad, nada de nada, son unos reyezuelos a los que se les rinde una asqueante pleitesía.

Lo preocupante es que cuando ocurren hechos como éste que llenan de pánico a la ciudadanía, las autoridades salen a hacer los mismo de siempre, consejos de seguridad que tardan horas y al final ofrecen las mismas declaraciones que ya nos sabemos de memoria; “que van  activar tales o cuales planes”, “que van a pedirle al gobierno que traiga más policías”, “que se requiere urgente las cámaras y terminar la sede de la policía metropolitana” (hoy a punto de convertirse en un elefante blanco) y así sucesivamente, acciones aisladas, anuncios que más parecen de campañas y nada que resuelva de fondo un problema que ya se volvió parte de nuestra cultura, la delincuencia se apoderó de Valledupar.

Ahora, es muy fácil criticar y exigir,  y me cuento dentro de los que lo hacen, porque como ya lo mencioné, cuando algo se convierte en cultura no hay ley ni fuerza que logre contrarrestarlo y la evidente traquetización de la ciudad ya no tiene reversa, y me atreveré a ir más allá, las noticias de funcionarios judiciales relacionados con capos, los que hoy están presos o incursos en procesos penales por favorecer a mafiosos cada día van en aumento y esto lo pueden corroborar googleando las noticias; entonces, si esto es así, ¿qué se espera cuando hasta la sal se corroe?  

La cosas van a empeorar porque cada vez que hay un ajuste de cuentas entre estas bandas las retaliaciones no se hacen esperar y tendremos más balaceras, más muertos y por un lado hay una sociedad presa del pánico que solo espera que no caigan ellos y su familia en un cruce de disparos entre bandidos, y por otro lado, los que se acostumbraron a adorar al mafioso, que desprecian la ley y actúan como un bandido más intimando con ellos, y lo realmente grave, un aparato judicial y policial que no tiene capacidad operativa para combatirlos.

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