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Valledupar, la ciudad y los perros

Extirpar cualquier asomo de humanidad. Lo despreciable e irracional es lo que enfoca el Nobel de literatura, el peruano Mario Vargas Llosa. Un perro es, entonces, aquél que obedece a ciegas, el que se degrada, el digno de desprecio, lo despreciable, la mansedumbre: “Los perros eran muy mansos, tenían eso de malo”. Quien no se hace respetar encarna, entonces, la esencia del ser perro. 

La novela en Valledupar tiene otra connotación y son los perros callejeros, lo que llamó la atención del alcalde Mello Castro, para dignificarlos con la construcción de un Centro de Bienestar Animal. 

Plausible idea, porque otra cosa es el boom de las mascotas con las que conviven muchos hogares, realidad de la que se ocupó el Papa Francisco, al punto de llegar a criticar en su momento que parejas tengan “perros y gatos en lugar de hijos”. 

Según literatura científica, tener una mascota en la familia hace que las personas sean más activas físicamente. Puede reducir los sentimientos de aislamiento y soledad. También mejorar la vida de las personas mayores, pues se ha demostrado que acariciar a un perro ayuda a reducir la presión arterial.  

Sin embargo, la alerta no se hace esperar por cuenta de la bacteria Capnocytophaga canimorsus, que vive en la saliva de los perros y que puede infectar a las personas y causar enfermedades graves.

Una vez instaurada la bacteria, alrededor del 30 % de los casos resultan en la muerte, y muchos de los que sobreviven sufren amputaciones debido a la gangrena. Un paciente también puede sufrir sepsis y fallo multiorgánico. 

Al menos en las mascotas hay menor carga de microorganismos causantes de enfermedades, en comparación a los perros callejeros que representan un problema de higiene e insalubridad. Son los llamados a ocupar el Centro de Bienestar Animal una vez se concluya la obra, lo que implica reclutarlos, castrarlos y asegurarlos, no vaya a ser peor la cura que la enfermedad. Para no revivir los decretos de exterminio que hizo famoso a muchos inspectores de Policía y alcaldes de pueblo, prácticas revaluadas  en una sociedad más proclive a la protección animal que a la misma especie humana, aunque en ambos casos se penaliza todo lo que atente contra su integridad.

Pero en medio de una ciudad que se llenó de perros y gatos, le queda otro pendiente al alcalde Mello Castro, y es la escombrera, para llevar los escombros al sitio que corresponde, y no arrojar la basura y desechos en cualquier parte. 

En apego a una acción de cumplimiento que desacataron gobiernos anteriores, y de contera cerrar el círculo de un lugar que no puede convivir con la mugre y la carroña, y menos con la indolencia de personas que les gusta tener animales sin la obligación de recoger sus heces, lo que convierte a Valledupar en una letrina mundial del vallenato. 

“¡Perro es perro y hociquea su propio excremento, por más aseo que tenga!”, solía comentar Miguel Zuleta Socarrás, médico veterinario de la Universidad de Antioquia, para advertir que no es sano dejarse lamer de las mascotas, y menos en la boca y heridas, por los efectos patógenos y letales.

Por Miguel Aroca

Categories: Columnista
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