A todos nos sorprende el crecimiento que ha tenido la ciudad de Valledupar en los últimos 15 años, pues la construcción de un sin número de urbanizaciones, edificios, centros comerciales, megacolegios, así lo demuestran; pero al igual estas muestras de pujanza traen consigo una serie de problemas propios del ensanchamiento de una ciudad en vía de progreso; unos de tipo socio económicos como los son: mayor trashumancia a la capital vallenata proveniente de otros pueblos y ciudades del país, desempleo, pobreza, inseguridad, etc; otros de tipo cultural, como lo es la falta de sentido de pertenencia por la ciudad y la intolerancia, y otros propios de la vida cotidiana de los centros urbanos; como los son los problemas de movilidad urbana que afectan los desplazamientos al sitio de trabajo, a los centros de estudios, a los centros médicos o asistenciales, esto sin hacer mención del abuso sobre los espacios públicos y la deficiencia de los servicios públicos domiciliarios.
Así transcurren los días en nuestra ciudad, entre orden y desorden; aunque al decir de pensadores como Fernando Savater, el orden no es más que la administración del desorden y para que funcione necesita echar constantemente desorden e incluso violento y guerrero. Por eso la administración pública, en un contexto de esta naturaleza no es nada fácil; pues ni la ley, ni los reglamentos policivos son suficientes para enfrentar la dialéctica del orden y el desorden.
Las medidas coercitivas resultan inocuas si no hay compromiso por parte de la ciudadanía y por lo tanto, resulta un tanto difícil asegurar su aceptación y obediencia donde el compromiso ciudadano es nulo.
Así lo demuestran algunos eventos ya prohibidos en la ciudad y sin embargo, acontecen como si nada hubiese pasado (Restricción del uso de motocicletas, transporte de niños sin el mínimo de protección y cuidado, invasión de espacios públicos, prohibición de parqueo en zonas identificadas etc.) y precisamente otorgar esas concesiones a la costumbre impuesta por el individualismo en beneficio propio, puede llegar a ser tan peligroso que se puede caer en una anarquía moderada ( respeto de lo que conviene, sobre todo, cuando se trata de derechos), pues lo delicado del asunto, de ver la anarquía como un nuevo orden, llevaría a un caos total a la ciudad, porque para los que desconocen las normas de aconductamiento social y el poder que ejerce la autoridad pública, aparece con frecuencia la idea de que se vive en un orden natural que se impone al orden legal que debe ejercer la autoridad, es decir, para este grupo social el verdadero orden es el confort de vivir en la ciudad sin ninguna clase de restricción o limitación de libertad.
Dicho en otras palabras, bajo la influencia de este concepto, el desorden se transforma en el verdadero orden. Esperamos que ello no sea así y que esta apreciación solo quede en simple especulación conceptual, pero que en la aurora de los nuevos tiempos, los alcaldes asuman el reto y empiecen a corregir todas estas manifestaciones de egoísmo que atentan contra la convivencia pacífica de nuestra ciudad.